Bien pudiéramos titular hoy este Evangelio como: “El Evangelio de lo que se pierde y que Dios busca”.Se puede perder y extraviar una oveja que se aleja y sale del rebaño y luego corre el peligro de quedarse sola en el monte. Se puede perder una moneda, que aunque sea de poco valor, para una pobre viuda puede ser el pan y la comida del día. Y se puede también perder el hijo que, a pesar de todo lo bueno que ha recibido en casa prefiere la libertad descontrolada de una vida sin marcos referenciales más que el “pasarlo bien”.
Y a Dios le encanta eso de dedicarse a “buscar”.Le encanta contar las ovejas y de inmediato ponerse en camino monte arriba hasta que da con ella. Le encanta tanto que, a pesar de su cansancio, se la echa a hombros para regresarla a casa. Le encanta buscar esa monedita que es la comida del día de los pobres y lo celebra porque ese día los pobres podrán comer.
Hay tristeza en el alma cuando algo se pierde. Y abunda la alegría del corazón cuando algo se encuentra. Es la historia de Dios con su Pueblo. Es la historia de Dios con cada uno de los hombres. “Yo he venido a buscar lo que estaba perdido”.Me encanta un Programa de Radioprogramas de los Domingos que lleva un título muy sugerente: “Busca personas”. Todo un equipo de la Radio que se dedica a ubicar a familiares, amigos, que llevan años perdidos y nadie sabe donde están. Personalmente tuve la experiencia del encuentro de una hija con su padre después de cuarenta y tres años. No se conocían. Lágrimas, palabras entrecortadas por la emoción, abrazos que nunca terminan.
Es un programa que me recuerda mucho nuestra historia personal. Porque también nosotros nos alejamos, nos perdemos, nos extraviamos. Y hasta es posible que no sepamos cómo lograr el reencuentro. Sobre todo es nuestra historia con Dios. Todos llevamos dentro, mucho de “oveja perdida”, de “moneda extraviada”, o de “hijo que se fue de casa”.
Pero además, me recuerda la actitud de Dios que, día a día se dedica a buscarnos a todos los que nos hemos perdido. A todos los que nos hemos extraviado en el camino y vivimos a la intemperie de la vida sin calor de comunidad y sin calor de hogar, sin calor de Iglesia.
Los geólogos buscan minerales en las entrañas de las montañas.Los zahoríes buscan manantiales de agua que corren por las entrañas de la tierra.Pero ¿cuántos nos dedicamos a buscar a nuestros hermanos que hace tiempo no hemos visto en la Iglesia, en la comunidad? Sabemos que, por esas razones misteriosas del corazón humano, se han ido, se han alejado o simplemente se han extraviado. Y es posible que nosotros sigamos haciendo la digestión igualito que siempre. A lo más nos contentamos con pensar que algún día volverán a casa. Que algún día se arrepentirán y emprenderán el camino del regreso.Pero mientras tanto: ¿Nos duele su ausencia? ¿Nos duele ver que su silla está vacía en la comunidad? ¿Nos duele no saber nada de ellos?
Hace unos años, un buen hombre sufría la obsesión del suicidio. Lo había intentado varias veces. Y otras tantas, alguien logró salvarlo porque puso en marcha toda una serie de mecanismos. Cada vez que llamaba a su casa y no respondía ya entraba en sospecha que se había ausentado para poner fin a su vida. La última vez pudo encontrarlo a cerca de mil kilómetros de distancia. Alguien estaba siempre atenta por saber por dónde andaba. Finalmente, tenemos que reconocerlo, lo perdimos de vista. ¿Qué ha sido de él? ¿Se habrá suicidado? Lo que más me duele es que casi ya nos íbamos haciendo a la idea de que lograría lo que buscaba y casi sentimos un alivio.Estoy seguro que aún entonces Dios lo habrá andado buscando. Lo que nosotros no logramos, ¿lo habrá logrado Dios? No lo sabemos. Han pasado ya los años.
Dios es de los que no se cansa de “buscar”. Dios es de los que no puede conciliar el sueño en tanto un hijo suyo esté fuera de casa y del calor de la familia. Cada uno somos testigos de esas búsquedas de Dios. Porque ¿cuántas veces nos hemos extraviado y nos ha vuelto a encontrar?
Lo que los fariseos no han entendido jamás es que Dios, en lugar de preocuparse por ser obedecido y respetado, está preocupado por la felicidad de los seres humanos. Por eso, los fariseos, si no cambian, nunca podrán conocer la alegría de Dios.