Quiero compartir con ustedes lo importante que es el alma de luz como le he titulado a nuestro padre Domingo. Un alma dominicana permanece siempre fija en la claridad donde Dios está escondido. Habita con él la fe, “sociedad” con las tres personas divinas, verdadera gracia en la familia de la trinidad. Le resulta familiar el mundo invisible. Sigue su camino sobre la tierra en intimidad con Cristo, con la virgen y con los santos. Para ella todas las cosas son transparencia de Dios.
Pero no guarda exclusivamente su fe para ella sola. Quisiera transmitir la llama de la fe por todas partes, por todos los rincones de la tierra, por todos los países, hasta los confines del mundo. Esa es el alma de Domingo que pertenece a la raza de aquellos apóstoles que desde los tiempos primitivos de la orden, fueron designados por la iglesia de una manera profética como “campeones de la fe y verdaderas lumbreras del mundo”. Esta tiene que ser nuestra clave como novicios en la comunidad dominicana.
Ahora bien para realizar esta misión sublime debemos ser un alma de silencio. Según el lema tradicional, la palabra del fraile predicador debe brotar de un alma de silencio: Silentium, pater predicatorum.
Un alma dominicana que no gusta de largas horas de soledad y de recogimiento, se engaña si cree que su acción seguirá teniendo fecundidad espiritual. Es necesario mezclarse con la gente para obrar, pero es necesario, al mismo tiempo saber apartarse de ella para reflexionar y orar. Te cuento hermano: Domingo fue un alma de gran silencio, Santo Tomas fue llamado por sus condiscípulos “el buey mudo de Sicilia” y El Padre Lacordaire preparaba sus brillantes conferencias de Notre Dame, de París, durante largas jornadas de reflexión y de intimidad con Dios.
La invitación que te hago y que me forjo es a la profundidad espiritual en tu estudio y en nuestra vida comunitaria, porque un alma de estudio y de fraternidad se mide por su capacidad de silencio.
Esto requiere de un alma fuerte con la misma fuerza de Dios. Que consiste en el valor redentor de la cruz y en medio de una vida comunitaria en donde hay que perseverar con fe y tenacidad en nuestros proyectos de vida sin jamás cansarnos porque “los momentos desesperados son los momentos de Dios” y así sucede con frecuencia, que la intervención milagrosa de la providencia se deja sentir y salva todo en un instante.
El alma dominicana avanza en medio de las dificultades de la vida, serena y dominadora, apoyada en la fortaleza inmutable de Dios.
Por tanto la vida dominicana es una síntesis armoniosa iluminada por la gran luz de Dios. Todo procede de la fe y se jerarquiza según su claridad. El alma dominicana del fraile tiene que estar instalada en Dios por el amor, no vive sino para la gloria de la comunidad, unida a Cristo en todos sus actos.
Todo es luz en el alma dominicana, pero luz que se transforma en amor en la comunidad. Mediante la caridad redentora e iluminadora, esta es la clave de toda la vida dominicana, no el amor de la ciencia, sino la ciencia del amor, por eso nosotros los frailes el futuro de nuestra provincia debemos ser otros verbos encarnados, en el estudio, en la vida comunitaria, en la predicación y en la oración. En estos momentos en que estamos viviendo la etapa de vida fraterna y de estudio, es la mejor manera de profundizar en el carisma al cual hemos sido llamados a comenzar desde lo más mínimo de nuestra vida para aspirar al amor eterno referido en el Evangelio, donde Cristo es el Verbo Eterno.