Nuestra vida es a veces una contradicción. Nos quejamos de casi todo pero no queremos nada mejor. Adormecemos nuestro corazón y nos tapamos los oídos para no escuchar llamada alguna que nos obligue a cambiar. Sería demasiado arriesgado. Todo antes que reflexionar en serio sobre nuestra vida. Todo antes que meditar sobre el sentido de lo que estamos viviendo. Cada uno tiene sus propias excusas pero, en el fondo, las razones con que intentamos legitimar nuestra mediocridad son parecidas: todos hacen lo mismo, yo no puedo ser una excepción, me han enseñado a vivir así, es difícil vivir de otra manera, ¿que puedo hacer?
Mientras tanto, cogidos por los afanes y preocupaciones de cada día, vamos alejándonos cada vez más de nuestro ser más hondo. Perdemos el sentido de lo que es importante y de lo que no es. Alimentamos lo que nos hace daño y no cuidamos lo que nos podría hacer vivir de manera digna y dichosa.
Poco a poco, caemos en la resignación: «yo soy así, eso es todo». Es verdad que sentimos un cierto malestar. No es sólo culpabilidad moral o conciencia de pecado. Es algo más profundo: infidelidad a nosotros mismos. Pero no nos atrevemos a pensar cómo podría ser nuestra vida si pudiéramos empezarla de nuevo. No queremos vivir con metas más elevadas.
Para iniciar un cambio de dirección en nuestra vida hemos de empezar por alimentar una sospecha santa: «Mi vida no ha terminado todavía, ¿por qué no puedo cambiar? Tal vez, me estoy perdiendo algo importante. Hay una felicidad que yo desconozco. Mi alma es más hermosa de lo que yo imagino. ¿Por qué no voy a saborear la vida de otra manera?»
Condicionados por una cultura que busca siempre el bienestar y la comodidad, no se nos hace fácil escuchar la invitación de Jesús a «entrar por la puerta estrecha». Nos parece un camino tenebroso y absurdo que sólo puede llevarnos a la infelicidad y la muerte. No es así. Jesús nos está llamando a una vida más responsables y digna. Un estilo de vivir que muchos rechazan, pero que conduce a la plenitud de la existencia.
¿Te atrevez a vivirlo?
Mientras tanto, cogidos por los afanes y preocupaciones de cada día, vamos alejándonos cada vez más de nuestro ser más hondo. Perdemos el sentido de lo que es importante y de lo que no es. Alimentamos lo que nos hace daño y no cuidamos lo que nos podría hacer vivir de manera digna y dichosa.
Poco a poco, caemos en la resignación: «yo soy así, eso es todo». Es verdad que sentimos un cierto malestar. No es sólo culpabilidad moral o conciencia de pecado. Es algo más profundo: infidelidad a nosotros mismos. Pero no nos atrevemos a pensar cómo podría ser nuestra vida si pudiéramos empezarla de nuevo. No queremos vivir con metas más elevadas.
Para iniciar un cambio de dirección en nuestra vida hemos de empezar por alimentar una sospecha santa: «Mi vida no ha terminado todavía, ¿por qué no puedo cambiar? Tal vez, me estoy perdiendo algo importante. Hay una felicidad que yo desconozco. Mi alma es más hermosa de lo que yo imagino. ¿Por qué no voy a saborear la vida de otra manera?»
Condicionados por una cultura que busca siempre el bienestar y la comodidad, no se nos hace fácil escuchar la invitación de Jesús a «entrar por la puerta estrecha». Nos parece un camino tenebroso y absurdo que sólo puede llevarnos a la infelicidad y la muerte. No es así. Jesús nos está llamando a una vida más responsables y digna. Un estilo de vivir que muchos rechazan, pero que conduce a la plenitud de la existencia.
¿Te atrevez a vivirlo?
¡Qué alegría me da leerte! Veo que has sido llamado a un estilo de vida en el que Dios actúa de forma maravillosa.
ResponderEliminarMe has recordado mucho al Santo Cura de Ars: ¡Aún tenemos tiempo para buscar a Dios con ahínco!
Te encomiendo a MARIA. Por cierto, sigue con el blog, please, que me ayuda mucho.
Te felicito, muy buena reflexión, con las palabras justas para no perder el tema central.
ResponderEliminarNo osamos cambiar porque la cultura que recibimos fue estática, buscando siempre las seguridades y el respeto de los demás. Hoy has predicado como un buen predicador de la Gracia
Con ternura
sor.Cecilia