Hola Amig@s: El
Evangelio de hoy nos muestra a Jesús bautizándose. Sí, ¡bautizándose! Y es
obvio que a Jesús no le hacía falta abrir esa conexión directa con Dios. Él ya
era Hijo de Dios. Pero se bautizó. El Evangelio le muestra bautizándose en
medio de la multitud. Ni siquiera es una celebración de esas individuales que
tanto le gustan a algunas familias que no desean mezclarse con la masa. Jesús
se bautiza. Y ese rito le lleva a la oración que le hace consciente de alguna
manera de su especial relación con Dios, con su Padre, al que desde entonces
llamará “Abbá”, que traducido viene a ser algo así como “papito”.
Es que Jesús –no hay
que olvidarlo– era plenamente hombre, hombre con todas las consecuencias.
Cuando Dios se encarna –lo que hemos celebrado en estas Navidades–, lo hace con
todas las consecuencias. También Jesús necesitó crecer e ir haciendo suya poco
a poco su propia identidad, como hemos hechos todas las generaciones de hombres
y mujeres que en el mundo ha habido, hay y habrá. Su bautismo marca ese momento
en el que Jesús toma conciencia de lo que es y de su misión. Hay un antes y un
después en su vida. A partir del bautismo, comienza otra vida para Jesús. Ya
sabemos a dónde le condujo esa especial relación con Dios, su Padre, su Abbá.
El sacramento del
Bautismo es, debería ser, mucho más que un rito con efectos inmediatos y
milagrosos. El rito no es más que el momento en que se celebra lo que en
realidad debería ser un proceso largo, de años, en el que el niño o la niña va
creciendo y asumiendo su condición de creyente en Jesús, en su Evangelio. Tal y
como lo celebramos hoy en día, el bautismo no es más que el rito que señala el
inicio de ese proceso. Y, me atrevería a decir, el sacramento de la
confirmación debería marcar un cierto final de ese proceso. Pero ese es otro
cantar (sobre todo porque para muchos desgraciadamente la confirmación marca el
fin de su relación con la iglesia y con la fe).
Y el Bautismo le cambió
la vida
A Jesús su bautismo le
llevó a un cambio de vida profundo. A partir de aquel momento dejó de ser un
personaje anónimo para comenzar a ser aquel que “pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”, como dice la
segunda lectura. Su bautismo fue fruto posiblemente de su encuentro con las
escrituras, con la Palabra.
Seguro que leyó y
meditó en su corazón muchas veces el texto de Isaías que se recoge en la
primera lectura de hoy. Le define a él, define su estilo de vida, su forma de
comportarse, su forma de revelar y manifestar a todos el amor de Dios, de su
Abbá. Conviene releerlo con tranquilidad porque también define lo que debería
ser nuestro estilo de vida como discípulos suyos.
Viene todo esto a
concluir en que deberíamos revisar nuestra idea del bautismo. Y también
nuestras celebraciones. Y nuestra forma de prepararlas. Y de vivirlas y
asumirlas personalmente. Para que el bautismo marque realmente la vida de la
persona. Para que la persona sea consciente de lo que hace. Y lo haga porque
realmente quiera.
El bautismo no nos
añade una especial protección de Dios. Ésa la tenemos siempre con nosotros. Su
amor no nos fallará. Por supuesto. El bautismo es otra cosa, significa nuestra
incorporación voluntaria a la comunidad cristiana, nuestro compromiso de ser
discípulos suyos y de vivir de acuerdo con su Evangelio. En el bautismo Dios
bendice ese compromiso. Pero si no hay compromiso, no hay nada que bendecir...
Que así sea.
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