Hola Herman@s: Todos
sabemos lo que significa el pan. Entre otros aspectos, nos trae connotaciones
de bienestar. Nos recuerda que, el trabajo, nos procura aquello que más
necesitamos para seguir adelante: el pan de cada día.
El sabor a pan marca
también el evangelio de este domingo. El secreto de la generosidad no está en
la abundancia sino en la bondad del corazón. Constantemente nos encontramos con
personas acaudaladas que son inmensamente tacañas y, por el contrario, con
gente con escasos recursos económicos que son tremendamente espléndidos.
Y es que, la buena
voluntad, es lo que nos hace grandes, solidarios, cercanos y sensibles a las
carencias de los demás. Cuando existe la buena voluntad, está asegurado el
primer paso para alcanzar un corazón grande. Es el todo, aun teniendo poco.
Para muestra un botón;
un Jesús consciente de la necesidad de aquellos que le escuchaban. Eran
personas con hambre de Dios pero, como humanos, con ganas de pan recién
amasado. Las dos carencias, supo y quiso satisfacer con mano providente. Jesús
les dio el pan del cielo y les multiplicó a manos llenas el pan que requerían
para seguir viviendo.
¿Qué hubiera ocurrido
con aquellas personas si Jesús no hubiera salido al frente de aquella
necesidad? ¿Hubieran desertado? ¿Se hubieran quedado famélicos y decepcionados?
Tal vez. Pero, el Evangelio, nos habla del auxilio puntual de Jesús. En su mano
se encuentra la bondad misma de Dios. Es un Dios que salva al hombre de sus
angustias.
Que aprendamos esta
gran lección: la felicidad no reside tanto en el tener cuanto en el compartir.
Cuando se ofrece, el corazón vibra, se oxigena, se rejuvenece. ¿Sirve, al final
de la vida, un gran patrimonio que no ha estado inclinado o abierto al servicio
de alguien o de una buena causa cristiana?
Todos, cada día,
debiéramos de mirar nuestras manos. No para que nos lean el futuro, cuanto para
percatarnos si –en esas horas- hemos realizado una buena obra; si hemos
ofrecido cariño; si hemos desplegado las alas de nuestra caridad; si hemos
construido o por el contrario derrumbado; si nos hemos centuplicado o restado
en bien de la justicia o de la fraternidad.
Si, amigos. Cada día
que pasa, cada día que vivimos es una oportunidad que Dios nos da para
multiplicarnos, desgastarnos y brindarnos generosamente por los demás.
Al fin y al cabo, en el
atardecer de la vida, nos examinarán del amor. Dejarán de tener efecto nuestras
cuentas corrientes. Nuestras inversiones. Nuestros apellidos y nobleza. Nuestra
apariencia y riqueza….y comenzará a valer, su peso en oro, las manos que
supieron estar siempre abiertas.
Que así sea.
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