domingo, 11 de abril de 2010

“La Vocación dominicana nos llama a construir la fraternidad como parte de nuestra misión y signo creíble de lo que anunciamos en ella”

San Jacinto de Polonia

Un Hombre de Admirar

Jacobo, diminutivo de Jacko, nació a finales del siglo XII en Kamién, diócesis de Breslavia, de la noble familia de los Odrowaz, de antigua tradición en el servicio de la Iglesia. En el siglo XIV se le dio el nombre de Jacinto. Siendo canónigo de la iglesia de Cracovia, fue a Italia, probablemente por motivos de estudio. En roma conoció a Santo Domingo y en 1220 recibió de sus manos el hábito dominicano.

En el verano de 1221 el Santo Patriarca lo designó, junto con Fray Enrique de Moravia, para propagar la Orden en Polonia y hacia allá se dirigió llevando en su alma el ardor de Domingo, muerto recientemente. En 1223, y por mediación del obispo Ivo que los recibió con gran amor, fundaron el convento de la Orden en Cracovia. En 1225, Gerardo de Breslavia, primer provincial de Polonia, dispersó a los hermanos de Cracovia en cinco direcciones distintas y a Jacko le correspondió la fundación del convento de Dantzig (Gdansk). Asistió como definidor al capítulo general de París en 1228, bajo el mandato del Beato Jordán de Sajonia.

En 1229 fundó otro convento en Kiel, donde vivió hasta 1233, predicando a los paganos y especialmente a los cismáticos. Allí se distinguió por su candor de vida y tierno amor a Nuestra
Señora.

Abandonó la ciudad poco antes de que los fieles fueran expulsados por el príncipe Vladimiro Ruricovic. Es en estos viajes cuando se recuerda el milagro de atravesar con unos compañeros el río Vístula, a pie sobre la capa extendida sobre las aguas llevando la Eucaristía y una imagen de la Virgen. Cuando en 1233 vuelve a Dantzig se encuentra con una delicada situación político-religiosa.

El Papa había encomendado a la Orden de Caballeros Teutónicos la tutela de los católicos frente a los paganos, dueños de la región; con la mediación de Jacinto se llega a la libertad de culto y a la paz.
Estableciéndose desde 1238 en Cracovia, se consagró durante veinte años a la predicación, cura de almas y asistencia a los enfermos.

Durante su vida evangeliza Dinamarca, Suecia, Gotia, Noruega y Escocia; también su palabra resuena en Rusia, a orillas del Mar Muerto, en Constantinopla, y en Grecia, donde se dice de él, que "lugar que evangeliza, comunidad dominicana que inicia".