sábado, 2 de julio de 2011

“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”


Esa extraña virtud llamada “mansedumbre”. He querido buscar en el Diccionario de la Academia y he encontrado que “mansedumbre” viene de “manso”. Busco manso y me dice “suave, benigno”. Luego me arrepentí, no porque tenga nada contra la Real Academia, sino porque la mejor versión de manso y mansedumbre la debía buscar en mí mismo.

En mi corazón. Allí anduve rebuscando y me di cuenta de que estaba allá en el fondo, pero muy por debajo de una serie de violencias, agresividades, rabietas, resentimientos. Y recién entonces me acordé que la mansedumbre no era precisamente fruto de mi personalidad o carácter, sino un don del Espíritu. Abro la Carta a los Gálatas en el capítulo cinco y leo: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”.

Que hay temperamentos tranquilos, de esos incapaces de romper un plato, los hay. Y la verdad que esa mansedumbre no me gustaba para nada. Eso me parecía como quien no tiene sangre en las venas y aguanta todo lo que le viene encima. Y entiendo que la mansedumbre del corazón tiene su origen en ese regalo y presencia del Espíritu, incluso en aquellos que temperamentalmente pueden parecer agresivos. Y que tiene un cortejo de dones que la hacen posible.

Que no hay mansedumbre si no nace del amor. Que no hay mansedumbre si no va acompañada de la alegría. Que no hay mansedumbre si no tiene como hermanas gemelas la “paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad y la humildad”.

Y entonces me acuerdo de Pablo, fuerte de carácter y que luego escribe con la ternura de las lágrimas, que pide y ruega tiernamente para que reciban al que un día fue esclavo, que lo reciban como si lo recibiesen a él. Que se calienta con Pedro y lo llama mentiroso. Y luego se echa a llorar cuando se despide por última vez de los de Mileto.

Y sobre todo, leo el Evangelio de hoy y escucho a Jesús que se nos presenta como modelo de mansedumbre: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Un Jesús que arremete con látigos a los profanadores del Templo, y luego se enternece ante viejita que le sigue gritando por el camino para que la atienda.

La mansedumbre es una actitud del corazón. No una pasividad inútil. La mansedumbre es esa bondad del corazón que es capaz de comprender las miserias y debilidades de los demás.

Vivimos en un mundo demasiado violento. Donde la mansedumbre se considera debilidad. Donde preferimos la violencia de los gritos al silencio de la paz. Donde preferimos el silbido de las balas al silencio del corazón. Un mundo lleno de violencia en las palabras. Lleno de violencia y agresividad en el hogar. Lleno de violencia y agresividad en las campañas electorales. Lleno de violencia y agresividad donde no aguantamos a nadie.

Hasta el deporte está lleno de violencia. ¡Cuántas grescas en los campos de fútbol! No entiendo que para poder jugar ciertos partidos necesitemos de tres mil policías. Como no entiendo la violencia que existe hoy entre los esposos. Ni entiendo la violencia que llaman de “género”, palabra que la Academia dice que no debe usarse.

Para convivir necesitamos de la mansedumbre, la bondad del corazón, la suavidad de nuestras palabras. Para aceptar a los demás como son y que son distintos a uno y piensan distinto a uno necesitamos de la mansedumbre. Y no es que perdamos las energías y las fuerzas para enfrentar la realidad de las cosas.

Pero ¿estará en contradicción esta energía con la mansedumbre que nos invita a una relación amistosa de personas?

¡Qué bueno que sería que cada uno nos acercásemos a Jesús, el hombre manso y sencillo y humilde de corazón para que se nos pegase algo de su mansedumbre! ¡Qué bueno que sería que cada uno pudiésemos decir a los demás venid a mí, acercaos que no muerdo a nadie!

¡Qué bueno sería que, algún día, hubiese en el mundo un poco más de mansedumbre, aunque no sea sino en nuestras palabras! ¡Y lo digo por mí, que no siempre soy ejemplo de mansedumbre, con aquellos que me caen pesados, y a veces los mando lejos, o sencillamente no estoy de humor!