sábado, 13 de noviembre de 2010

“PENDIENTES DE UN JUICIO”


Un juicio, en Derecho, es el “conocimiento de una causa en la cual el juez ha de pronunciar la sentencia”. Y en estos últimos domingos del año litúrgico, la Palabra de Dios nos recuerda que estamos “pendientes de un juicio”: el llamado Juicio Final, que es el que Dios hará en el fin del mundo para dar a cada uno el premio o castigo de sus obras. Un juicio que ya los profetas habían ido anunciando, como hemos escuchado en la 1ª lectura: «malvados y perversos serán la paja y los quemaré... Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia». Las imágenes utilizadas para hablar de este juicio de Dios han contribuido a que se vea este momento como algo terrible: «Mirad que llega el día, ardiente como un horno... no quedará de ellos ni rama ni raíz»; un juicio en el que Dios aparece principalmente como un juez temible y riguroso que dictará sobre todo sentencias condenatorias. Ante esta imagen, es lógico que el miedo paralice nuestra vida y sintamos angustia por lo que ha de venir.

Jesús recoge en el evangelio estas imágenes asumidas por su pueblo para afirmar que, efectivamente, el tiempo y la historia llegarán a su fin: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Más aún: Jesús ya anuncia que antes de ese Juicio Final quizá, seguramente, tendremos que pasar por otros “juicios terrenos”: «os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre... Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre».

Pero ante la lógica reacción de miedo de sus oyentes -«¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»- Jesús empieza a instruirles acerca de cómo hay que afrontar la realidad de ese “juicio de Dios”: «Cuidado con que nadie os engañe... Cuando oigáis noticias de guerras o de revoluciones, no tengáis pánico...». Aunque se produzcan «espantos y grandes signos en el cielo», no hay que perder la calma ni la esperanza, porque «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá».

Ni siquiera en los momentos más difíciles de los “juicios humanos” a los que podamos vernos sometidos, ni siquiera ante los enfrentamientos con personas cercanas por causa de nuestra fe debemos dejarnos llevar por el miedo, porque hasta en las circunstancias más adversas Jesús nos asegura que estará a nuestro lado: «yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro» y porque «así tendréis ocasión de dar testimonio».

Es cierto que estamos pendientes de un juicio y debemos estar preparados, pero sin caer en la angustia. Y el mismo Jesús nos indica la actitud necesaria para estar preparados: «con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Perseverar en el seguimiento del Señor en lo cotidiano es la clave para llevar una vida normal aun sabiendo que un día deberemos comparecer ante Dios o ante otras personas. Por eso san Pablo, a quienes dejaron de trabajar esperando la inminente vuelta del Mesías, les ha dicho en la 2ª lectura: «a ésos les digo y les recomiendo que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan». Si en nuestra vida realizamos con normalidad el seguimiento del Señor, no tendremos nada que temer ante su juicio ni ante el juicio de los hombres.


ACTUAR
¿Soy consciente de que estoy pendiente de un juicio, pienso alguna vez en el “juicio final”? ¿Cómo me lo imagino? ¿Qué siento? ¿Me dejo llevar por imágenes, fantasías...? ¿Veo en Dios a un juez terrible y temible, o al Padre de misericordia que, sin dejar de ser justo, no quiere que perezca ni un cabello de nuestras cabezas? ¿Cómo me preparo para el juicio de Dios, en qué debo perseverar? ¿Me he sentido “juzgado” por mi fe por parientes, amigos...? ¿Cómo he respondido, he dado testimonio de fe?