sábado, 22 de octubre de 2011

EL LOGOS GLORIOSO EN JESUCRISTO



14 Y el Logos se hizo carne / y permaneció entre nosotros / y vimos su gloria,
Gloria de Hijo único / (enviado) de junto al Padre, / lleno de la gracia de la verdad.


El versículo 14 mantiene la unidad entre sus dos estiquios, básicamente, por la palabra “gloria”. Él habla de la última etapa de Dios comunicándose. El Logos, del que se había hablado al inicio del prólogo, se temporalizó, precisamente para tener una especial comunicación con el género humano. Es verdad que desde antiguo Dios se ha manifestado, pero la encarnación hace que haya unos cambios: una presencia de la carne en la creación, lo cual permite un encuentro y que ahora hemos observado la gloria de Dios.


Y el Logos se hizo carne


El verbo conjugado “se” designa la llegada de Logos a la historia humana. Por su lado, el verbo “hizo” da clara alusión que la carne asumida por el Logos no es una mera apariencia, como sostenía el docetismo, sino que en verdad en Jesús se encuentran dos naturalezas: la divina y la humana. En esta oración la palabra carne, que remplaza la idea de humanidad en su conjunto, no tiene un sentido peyorativo, sino que trata de dar cuenta la nueva presencia que tiene el Logos en el mundo, además que le permite, por cuestiones de redacción, diferenciar a Jesús de Juan, el cual había aparecido en anteriores versículos. Por otro lado, la palabra “carne” simplemente puede designar la fragilidad humana, nuestra tendencia al pecado y nuestra mortalidad.


A pesar de ello sabemos que el Logos sigue siendo Logos. Si bien, se ve afectado por la encarnación en la relación que tiene con sus creaturas. La encarnación es un hecho magnífico y contradictorio, no sólo para los judíos, sino para muchas religiones que siempre concebían la irrupción de la divinidad en la tierra como algo majestuoso, no como un hombre corriente. Con la encarnación hay una clara exaltación de la carne y de la condición humana. Así el Logos muestra el amor y la comunicabilidad de Dios.

Y permaneció entre nosotros


“Permanecer” en griego puede referirse a varias cosas. Según esto se puede interpretar con distintas tradiciones de los judíos. Tal es el caso de la connotación “plantas tu tienda”. Aquí se relaciona con el camino por el desierto del pueblo de Israel al salir de la esclavitud en Egipto. También le adjudican alguna relación con las tiendas en la fiesta de los tabernáculos. Por otro lado, la palabra “nosotros” designa un “todos”, especialmente los creyentes en Jesucristo.


Y vimos su gloria


Cuando san Juan pone el verbo conjugado “vimos”, seguramente se está refiriendo a los testigos de la vida de Jesús. Esta característica es condición para la gloria a la cual se hace referencia en este versículo. En efecto, la gloria de Dios era detectada a través de toda la vida de Jesús. Las palabras, las acciones y las enseñanzas de Jesús eran fiel signo de la gloria del Logos, que no es más sino “Dios en epifanía” (p. 95). En el evangelio se puede reconocer esto en la encarnación, el bautismo y la resurrección.

Gloria del Hijo Único de junto al Padre


Esta oración tiene especial dificultad para una buena traducción por la variación de significados en el griego, entre otras razones. Tal es el caso de “Hijo Único” que puede referirse a un alguien único en su género y en su especie o, simplemente, el único descendiente de una pareja. Esta frase en el evangelio de Juan tiene gran importancia porque desde aquí el Logos pasará a llamarse Hijo y Dios a referirse al Padre. Si bien Jesús proviene del Padre (Cf. Jn 16, 27), él irradia su propia gloria como parte de la Trinidad.


Lleno de la gracia de la Verdad


Jesús está lleno de la gracia, esto es lo que le permite repartirla, darla a los demás. Lo que causa atención es la palabra verdad que se puede referir a la naturaleza de la gracia o a la verdad del conocimiento de Dios.


15 Juan le da testimonio y grita: “Era él de quien dije: “El que viene tras de mí está por encima de mí, porque era antes de mí.


Dentro de la cohesión de todo el texto parece que este versículo es una añadido. Lo más probable es que está influenciado por personas que consideraban a Juan más importante, en el sentido que exigían una cita expresa los otros cristianos para determinar la supremacía de Jesús.
16 Sí, de su plenitud hemos recibido todos: gracia por gracia; 17 pues la Ley fue dada por Moisés, la gracia de la verdad fue por Jesucristo.


Aquí “todos” quiere decir la comunidad, pues es necesaria la fe para poder encontrar la plenitud en Cristo. Por esta fe y en especial por el bautismo todos participamos de la gloria de Jesús. Cuando se dice “gracia por gracia” puede tener conexión con el siguiente versículo en que hay una continuidad entre de Moisés a Jesús, y de allí se van recibiendo las gracias.


18 A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, Dios que está hacia el seno del Padre, ése lo ha contado.


Cuando se habla de ver a Dios, se habla explícitamente de tener a Dios cara a cara. De alguna esta es el mayor deseo del creyente. El hombre no lo puede ver porque no es santo. Pero por Jesucristo Dios se hizo visible. Ahora ya no es como en la antigüedad que Dios se dejaba ver de espaldas.


Debido a esta imposibilidad del hombre para ver a Dios, Jesús es el único mediador, es el unigénito, como Logos puede contar a Dios, puede decir algo de Él. Para Jesús no es extraño el Padre, sino que pertenece a su constitución estar cerca del Padre. Para los creyentes el ver pertenece al final de los tiempos y en el escuchar hay una tensión entre el no, pero sí. Jesús puede dar veracidad de sus palabras por el mismo hecho de su conocimiento del Padre.


Aún con todo lo anterior encontramos en el prólogo una ausencia del tema de la crucifixión y de la redención de los pecados. Por el contrario el Prólogo “enseña que la gloria del Hijo único se ha manifestado y que sólo ella es la que da sentido a la historia.” (p. 111)

Por: Fray Yefrey Antonio Ramirez, OP.

sábado, 2 de julio de 2011

“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”


Esa extraña virtud llamada “mansedumbre”. He querido buscar en el Diccionario de la Academia y he encontrado que “mansedumbre” viene de “manso”. Busco manso y me dice “suave, benigno”. Luego me arrepentí, no porque tenga nada contra la Real Academia, sino porque la mejor versión de manso y mansedumbre la debía buscar en mí mismo.

En mi corazón. Allí anduve rebuscando y me di cuenta de que estaba allá en el fondo, pero muy por debajo de una serie de violencias, agresividades, rabietas, resentimientos. Y recién entonces me acordé que la mansedumbre no era precisamente fruto de mi personalidad o carácter, sino un don del Espíritu. Abro la Carta a los Gálatas en el capítulo cinco y leo: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”.

Que hay temperamentos tranquilos, de esos incapaces de romper un plato, los hay. Y la verdad que esa mansedumbre no me gustaba para nada. Eso me parecía como quien no tiene sangre en las venas y aguanta todo lo que le viene encima. Y entiendo que la mansedumbre del corazón tiene su origen en ese regalo y presencia del Espíritu, incluso en aquellos que temperamentalmente pueden parecer agresivos. Y que tiene un cortejo de dones que la hacen posible.

Que no hay mansedumbre si no nace del amor. Que no hay mansedumbre si no va acompañada de la alegría. Que no hay mansedumbre si no tiene como hermanas gemelas la “paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad y la humildad”.

Y entonces me acuerdo de Pablo, fuerte de carácter y que luego escribe con la ternura de las lágrimas, que pide y ruega tiernamente para que reciban al que un día fue esclavo, que lo reciban como si lo recibiesen a él. Que se calienta con Pedro y lo llama mentiroso. Y luego se echa a llorar cuando se despide por última vez de los de Mileto.

Y sobre todo, leo el Evangelio de hoy y escucho a Jesús que se nos presenta como modelo de mansedumbre: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Un Jesús que arremete con látigos a los profanadores del Templo, y luego se enternece ante viejita que le sigue gritando por el camino para que la atienda.

La mansedumbre es una actitud del corazón. No una pasividad inútil. La mansedumbre es esa bondad del corazón que es capaz de comprender las miserias y debilidades de los demás.

Vivimos en un mundo demasiado violento. Donde la mansedumbre se considera debilidad. Donde preferimos la violencia de los gritos al silencio de la paz. Donde preferimos el silbido de las balas al silencio del corazón. Un mundo lleno de violencia en las palabras. Lleno de violencia y agresividad en el hogar. Lleno de violencia y agresividad en las campañas electorales. Lleno de violencia y agresividad donde no aguantamos a nadie.

Hasta el deporte está lleno de violencia. ¡Cuántas grescas en los campos de fútbol! No entiendo que para poder jugar ciertos partidos necesitemos de tres mil policías. Como no entiendo la violencia que existe hoy entre los esposos. Ni entiendo la violencia que llaman de “género”, palabra que la Academia dice que no debe usarse.

Para convivir necesitamos de la mansedumbre, la bondad del corazón, la suavidad de nuestras palabras. Para aceptar a los demás como son y que son distintos a uno y piensan distinto a uno necesitamos de la mansedumbre. Y no es que perdamos las energías y las fuerzas para enfrentar la realidad de las cosas.

Pero ¿estará en contradicción esta energía con la mansedumbre que nos invita a una relación amistosa de personas?

¡Qué bueno que sería que cada uno nos acercásemos a Jesús, el hombre manso y sencillo y humilde de corazón para que se nos pegase algo de su mansedumbre! ¡Qué bueno que sería que cada uno pudiésemos decir a los demás venid a mí, acercaos que no muerdo a nadie!

¡Qué bueno sería que, algún día, hubiese en el mundo un poco más de mansedumbre, aunque no sea sino en nuestras palabras! ¡Y lo digo por mí, que no siempre soy ejemplo de mansedumbre, con aquellos que me caen pesados, y a veces los mando lejos, o sencillamente no estoy de humor!

sábado, 11 de junio de 2011

MIRA MI MEDIOCRIDAD... SEÑOR


Señor, hoy celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés.

¿Por qué siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Ti. Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí, menos Tú.

Y luego, esa experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a Ti.

Dios de mi vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad. ¿Dónde podría yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado?

¿Quién podría entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?

Dios de mi alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?

Tú eres «el eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras que tu silencio.

Penetra en mí con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado. Despierta en mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.

Dios de mi salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana» (Sal 142, 10).

sábado, 9 de abril de 2011

YO SOY LA VIDA Y LA RESURRECCIÓN... Dice el Señor.

La Cuaresma termina con una invitación a la vida. Primero fue el agua, luego la luz y ahora la vida. No cualquier vida, sino la vida de verdad, la vida que ha vencido a la muerte. La historia de Lázaro es toda una catequesis sobre la fe, la muerte y la vida.

La muerte será siempre una historia de dolor y lágrimas. Ante ella todos sentimos nuestra impotencia. Queremos que el enfermo sane y viva. La ciencia médica hoy puede alargar unos años nuestra vida, pero al fin la muerte termina venciendo al enfermo y, también, a la medicina.

Con frecuencia, nuestra impotencia ante la muerte, termina en una cierta desilusión sobre Dios. Fue la historia de Marta y María, las hermanas de Lázaro. Jesús era amigo de la familia, pero no vino a sanarlo. La consiguiente desilusión de las hermanas y una desilusión que es también una queja: “Si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano.” Le culpan de la muerte del hermano, algo que también a nosotros nos suele suceder. Nos sentimos gente buena, le hemos orado y pedido. Y la muerte como que se ríe de nosotros y de nuestras oraciones. Entonces vienen nuestras quejas contra Dios: “Dios no me ha escuchado.”

Jesús quiere abrirlas a la esperanza: “Lázaro resucitará.” Pero ellas piensan en la resurrección al final de los tiempos y es cuando Jesús se presenta a si mismo como la resurrección ya y ahora. “Yo soy la resurrección y la vida.” “Para resucitar no hay que esperar tanto. Yo mismo soy la resurrección y yo mismo soy la vida.” Pero ellas siguen pensando en el más allá.

Cuando Jesús se acerca al sepulcro, ellas mismas tratan de convencerle de que no hay nada que hacer. “Ya huele mal.” Es decir, está ya en estado de corrupción. Por tanto, está bien muerto. “¿No te he dicho que si crees...?”

Jesús no hace los milagros para que creamos, exige fe para que el milagro sea posible. Es entonces que Jesús quiere hacerles ver la “gloria de Dios”, es decir, la verdadera manifestación del poder de Dios. “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Dios manifiesta su poder venciendo a la muerte, no sanando al enfermo, que también lo pueden hacer los médicos. Dios hace lo que nosotros no podemos hacer, vencer la muerte.

La muerte puede ser el fracaso humano, pero la muerte es el triunfo de Dios. Si Dios manifestó su gloria resucitando a Jesús, ahora la manifiesta resucitándonos a nosotros. Los fracasos humanos terminan siendo los triunfos divinos. Ahí está el fracaso de Jesús en la Cruz, pero ahí está luego el triunfo de Dios en la Resurrección.

sábado, 26 de marzo de 2011

Un momento de la conversación...

Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob, en las cercanías de la aldea de Sicar. Pronto llega una mujer samaritana a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a hablar con ella de lo que lleva en su corazón.

En un momento de la conversación, la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los samaritanos suben al monte Garizim cuya cumbre se divisa desde el pozo de Jacob. ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué piensa el profeta de Galilea?

Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende de un lugar determinado, por muy venerable que pueda ser. El Padre del cielo no está atado a ningún lugar, no es propiedad de ninguna religión. No pertenece a ningún pueblo concreto.

No lo hemos de olvidar. Para encontrarnos con Dios, no es necesario ir a Roma o peregrinar a Jerusalén. No hace falta entrar en una capilla o visitar una catedral. Desde la cárcel más secreta, desde la sala de cuidados intensivos de un hospital, desde cualquier cocina o lugar de trabajo podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.

Jesús no habla a la samaritana de «adorar a Dios». Su lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le habla de «adorar al Padre». Por eso, no es necesario subir a una montaña para acercarnos un poco a un Dios lejano, desentendido de nuestros problemas, indiferente a nuestros sufrimientos. El verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre querido que nos acompaña de cerca a lo largo de nuestra vida.

Jesús le dice algo más. El Padre está buscando «verdaderos adoradores». No está esperando de sus hijos grandes ceremonias, celebraciones solemnes, inciensos y procesiones. Lo que desea es corazones sencillos que le adoren «en espíritu y en verdad».

«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de Jesús y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre que lo envía siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre. Lo dice Jesús de manera clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador..., y quienes lo adoran deben parecerse a él.

«Adorar al Padre en verdad» es vivir en la verdad. Volver una y otra vez a la verdad del Evangelio. Ser fieles a la verdad de Jesús sin encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los verdaderos adoradores que busca el Padre?

viernes, 4 de marzo de 2011

LA FUERZA QUE NOS DA EL EVANGELIO...


Hola hermanos, despues de unas largas "vacaciones" nuevamente retomo mi labor como consagrado. El Evangelio de Mateo concluye el gran discurso de Jesús en una montaña de Galilea con dos breves parábolas, narradas con maestría y fáciles de recordar por todos. Su mensaje es de importancia decisiva: seguir a Jesús consiste en «escuchar sus palabras» y en «ponerlas en práctica». Si no lo hacemos así, nuestro cristianismo es una insensatez. No tiene sentido alguno.

El hombre sensato construye su casa sobre roca firme. Por eso, cuando llegan las lluvias torrenciales del invierno y el agua desciende de los montes y soplan los fuertes vientos del Mediterráneo, la casa no se hunde: «está cimentada sobre roca». Así es la Iglesia formada por creyentes que se esfuerzan por escuchar el Evangelio y ponerlo en práctica.

El hombre necio, por el contrario, construye su casa sobre arena, en el fondo del valle. Por eso, al llegar las lluvias, los aluviones y el vendaval, la casa «se hunde totalmente». Así se desmorona el cristianismo cuando no está fundamentado en la roca del Evangelio, escuchado y practicado en las comunidades.

En la conciencia moderna se ha producido un profundo cambio cultural que está poniendo en crisis el nacimiento y la vivencia de la fe cristiana. Cada vez se va haciendo más difícil despertar una fe viva en Dios y en Jesucristo por vía de "adoctrinamiento". Señalemos dos causas fáciles de detectar.

Hemos de creer mucho más en la fuerza transformadora del Evangelio. Las palabras de Jesús tienen más poder que nuestras doctrinas. Su Buena Noticia es más atractiva que todos nuestros sermones. ¿No ha llegado el momento de formar grupos, crear espacios, posibilitar encuentros en los que la gente de hoy tenga la oportunidad de entrar en contacto directo con el Evangelio para escuchar a Jesús y descubrir juntos su Buena Noticia?

Muchos que se sienten perdidos y viven sin esperanza podrían descubrir con alegría que no están solos, que pueden confiar en un Dios Padre y que pueden vivir con la esperanza de Jesús. Es lo que más necesitan.

sábado, 29 de enero de 2011

Es la gran pregunta y la verdadera cuestión del corazón humano: ser feliz.

Es la gran pregunta y la verdadera cuestión del corazón humano: ser feliz. ¿Quién nos lo podría asegurar y darle cumplimento? Es lo que el Evangelio de este domingo nos propone. Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su pro¬grama de bendición. Por eso Jesús realiza una nueva creación, porque con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado nuevamente y definitivamente el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado. El sermón de la montaña que escucharemos este domingo, no es sino la primera entrega de este volver a "decirse" de Dios en la boca de su Hijo, el bien-amado que hemos de escuchar.

Produce una sensación extraña ir escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas. Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad... de una felicidad ver¬dadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones, demasiados dramas y os¬curidades que nos rebozan su desmentido? Jesús hablará de la felicidad de los pobres de espíritu (los humildes en sentido bíblico), de la felicidad de los afligidos, la de los mansos, la de los hambrientos y sedien-tos, de la felicidad de los misericordiosos, de la felicidad de los limpios de corazón, la de los pacíficos, la de los perseguidos por la justicia... Y por si fuera poco provocativo su mensaje, Jesús añadirá todavía una felicidad más desconcertante aún: la de los que su¬frirán insultos, persecución y maledicencia porcausa de Él.

No es fácil tampoco hoy el sermón de las bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas, sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes estamos de ellas, que la Palabra de Jesús nos resulta como nombrar la soga en la casa del ahorcado: o ¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza, de misericordia... cuando seguimos empeñados -cada cual a su nivel correspondiente- en construir, en fomentar, en subvencionar un mundo que es arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante? Por esto son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de nuestro corazón y de nuestras entrañas humanas.

Las bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una quimera, la justicia no es un lujo a negociar. No os engañéis más, no os acostumbréis a lo malo y a lo deforme, porque nacisteis para la bondad y la belleza. Y san Agustín dirá: "nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti".

domingo, 16 de enero de 2011

La mirada del Bautista.


Nuestra cultura racionalista y técnica, que necesita prever y controlar todo, nos acostumbra a tener de antemano la respuesta a todo. Sirve, sin duda, para dominar la naturaleza, el reino de las leyes necesarias; pero no sirve para lo esencial de la vida humana, el reino de la libertad y de la esperanza, del sufrimiento y del sentido de la vida.

Recuerda alguna experiencia importante de tu vida que te ayudó a crecer en libertad, o alguna situación difícil que adquirió un sentido nuevo, más hondo. Verás cómo dependió de una actitud básica: la disposición confiada.

Si la viviste en clave de fe, te hizo comprender la centralidad que tiene en la Biblia la obediencia de fe a Dios, la entrega confiada a su voluntad.

Si lo viviste sólo en clave humana, te llevó a la misma sabiduría esencial: La vida no está en poseerla, sino en dejarse guiar por ella.

Insiste estos días, cuando hagas oración en tu cuarto o cuando vayas en el coche o por la calle, en decirle al Señor: «Aquí estoy para hacer tu voluntad».

¿Qué te nace por dentro?

- ¿Miedo? ¿No será que no te fías de Dios?

Fiarse no depende de que te empeñes en ello. Pregúntate, más bien, sobre tu imagen inconsciente de Dios. Es probable que sea bastante negativa, que sientas a Dios como amenaza. Será uno de los grandes frutos del Evangelio: descubrir a Dios-Padre.

- ¿Deseos de entrega radical, de hacer algo especial?

No tengas prisa. Esa buena disposición necesita ser fundamentada en algo más sólido que el deseo: la fe. Será también fruto del proceso de hacerse verdadero discípulo de Jesús.

- ¿Te sientes desconcertado? ¿No es así como entiendes tú el compromiso cristiano?

Allí donde el cristiano no pone por encima de todo la entrega a la voluntad de Dios, es que no ha entendido en qué consiste el Reino. En esta actitud básica se nos da la experiencia radical del Reino, pues consiste en abrirse a lo que Dios quiera, en aceptarle como Señor, en ser hijos que tienen su fuente de ser y de hacer en El, como Jesús.

domingo, 9 de enero de 2011

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.


“La cosa empezó en Galilea”. “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero”.
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

Hoy se manifiesta en Jesús la humanidad redimida, se presenta al Hijo de Dios, el amado. En el Jordán se nos revela quién es el Hijo de María, quién es el nacido en Belén, quién es el adorado por los pastores y agasajado por los Magos de Oriente. Jesús de Nazaret es el Hijo primogénito de Dios, quien nos concede, al participar en la gracia bautismal, la identidad de hijos adoptivos y amados de Dios.

El eco de la voz del cielo, en las profundidades del oasis de Jericó, llegará hasta lo más alto del monte. De la memoria que se guarde de la proclamación divina, va a depender la capacidad de cruzar todos los desiertos y angosturas de la vida con esperanza. La pedagogía del Evangelio nos indica cómo, antes de iniciar Jesús la vida pública, es refrendado por su Padre y por el Espíritu Santo, para que a la hora de llamar a los discípulos comprendan a quién siguen.

La iniciación bautismal no es un rito mágico, es una profesión de fe en el misterio de Dios, en su revelación histórica en Jesucristo, en las mediaciones sacramentales providentes y eclesiales, en la vida eterna. El bautismo es profesar el encuentro con Jesucristo, la gracia de pertenecer a los seguidores de quien se nos ofrece como Mesías, Amado de Dios, Hijo predilecto suyo. Los bautizados somos del Señor. Tenemos por herencia la suerte de Jesús.

Hoy se nos inicia en la experiencia de gloria, para saber interpretar la cruz, de luz para caminar en la noche, de belleza para transfigurar el momento de desesperanza, de Dios para reinterpretar toda la historia desde Él, de vida para atravesar la frontera de la muerte. Dios tiene poder para configurar nuestra humanidad con su divinidad, y para trastocar toda la escala de valores. Para Dios lo pequeño es grande; lo último, primero; la pobreza, anticipo de bendición; la obediencia, signo de libertad; la circuncisión del corazón, plenitud de amor.

Hoy tenemos posibilidad de renovar nuestro consentimiento bautismal, nuestra profesión más solemne, por la que se nos ha concedido la filiación divina, para siempre. Dios no retracta el juramento, somos suyos, del linaje de su Hijo, del Hijo de la Nazarena.

jueves, 6 de enero de 2011

Tu Rey es tu luz porque él es tu justicia.


Así empieza la liturgia eucarística de esta solemnidad: “Mirad que llega el Señor del señorío; en su mano está el reino y la potestad y el imperio”. No llegan los Reyes Magos: llega El Rey.

La palabra proclamada nos dice a quién buscaban los Magos y para qué lo buscaban: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Éste es el misterio que celebramos, ésta es tu fiesta, Iglesia de Cristo Jesús, pues, guiada por la estrella de la divina palabra, también tú has llegado a donde estaba el niño, has entrado en la casa, has visto al niño con María, su madre, lo has reconocido, lo has adorado, y, abierto el cofre de cada uno de tus hijos, le ofreces tus regalos: el oro de tu amor, el incienso de tu oración, la mirra de tu sufrimiento.

Entra en el misterio de este día, entra, Iglesia pobre y peregrina, entra y goza de lo que contemplas. Verás que tu Rey es tu luz: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!” Sobre ti, Jerusalén, amanece el Señor, su gloria aparece sobre ti, y los pueblos caminarán a tu luz.

Tu Rey es tu luz porque él es tu justicia: “Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres”. Hoy, en la celebración de los santos misterios, buscas con los Magos al Rey que ha nacido. Hoy, con la multitud de los pueblos, buscas al que es tu Luz. Hoy has visto amanecer sobre ti la justicia que nace de lo alto: te arrodillas para adorar, escuchas para ser iluminada, comulgas para guardar en ti a tu Dios.

En este día de gracia, en que recuerdas también el bautismo de tu Señor, quiero recordar contigo la unción bautismal de tus hijos: “Dios todopoderoso te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey”.

No olvides, cristiano, tu dignidad, pues eres para siempre miembro de Cristo. No olvides la unción que has recibido, pues al hacerte por ella otro Cristo, te hicieron sacerdote, profeta y rey. No olvides que con Cristo eres rey para siempre, y lo eres para librar “al pobre que clama, al afligido que no tiene protector”.

Feliz día de tu Rey., de tu luz, de tu justicia.

sábado, 1 de enero de 2011

«Theotokos» (portadora de Dios)


Este primer día del año suele estar absorbido por el inicio del año nuevo, por los festejos de Nochevieja y el cansancio que conllevan. Pero para nosotros, los que formamos la Iglesia, además, el primer día del año tiene un doble motivo de celebración: la Jornada Mundial de la Paz, y la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Los santos padres de la Iglesia oriental aplicaron a María el título «Theotokos» (portadora de Dios) ya en el siglo III. En Occidente, María fue venerada como «Dei Genitrix» (Madre de Dios). La fiesta del 1 de enero es la fiesta mariana más antigua en la liturgia romana, y merece que le demos la mayor importancia.

Pero María también «es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida» (27).

Celebrar a María como Madre de Dios ha de significar también para nosotros el deseo de “ser madres”. Como dice el Papa en Verbum Domini, «contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida» (28).

Estamos llamados a tener esa familiaridad con la Palabra, a hablar y pensar con la Palabra, de modo que, como en María, la Palabra de Dios se convierta en nuestras palabras, y nuestras palabras nazcan de la Palabra de Dios... en definitiva, a que la Palabra se encarne en nuestra vida.

Y esto es posible, porque como dice el Papa, «San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo: si en cuanto a la carne sólo existe una Madre de Cristo, en cuanto a la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos» (28).

Deseemos “ser madres” como María para que la Palabra se convierta en nuestra forma de vida, porque «todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la Palabra y en la celebración de los sacramentos» (28).