domingo, 12 de febrero de 2012


Hola Herman@s: Al oír la primera lectura y la explicación sobre las consecuencias sociales y religiosas de la lepra en tiempos de Jesús, nos quedamos horrorizados. Pero pensándolo un poco, ¡qué hipócritas somos! ¿Acaso no mantenemos hoy dosis de marginación mayores que las del tiempo de Jesús?

Jesús se pone al servicio del hombre. Lo que tenemos que hacer es servir a los demás como hace Jesús. Dios no tiene nada que ver con la injusticia, ni siquiera cuando está amparada por la ley, sea humana o divina. Jesús se salta a la Ley, tocando al leproso. Ninguna ley humana, sea religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien del hombre.

El valor de cada persona es absoluto en sí, no depende de ningún aditivo ajeno a ella misma. Pero para la mayoría de los cristianos sigue siendo más importante el cumplimiento de la ley, que el acercamiento al marginado.

También seguimos teniendo una actitud contraria a la de Jesús, cuando consideramos a otros ‘apartados’ de Dios porque han ‘pecado’, o nos sentimos nosotros mismos apartados de Dios porque no hemos cumplido con las normas. Como para los fariseos del tiempo de Jesús, la ley sigue estando por encima de las personas.

Seguimos temiendo a un Dios, que sólo nos acepta cuando somos puros. Seguimos creyendo en un Dios legislador y leguleyo. Ese no es el Dios de Jesús. No creo que haya uno solo de nosotros que no se haya sentido leproso y excluido por Dios. El pecado es la lepra del espíritu que es mucho más dañina que la del cuerpo.

Es un contrasentido que, en nombre de Dios, nos hayan separado de Dios. El evangelio de Jesús, es sobre todo buena noticia sobre Dios. El Dios de Jesús es Padre y es Madre porque es Amor. De Él, nadie nunca se tiene que sentir apartado, excluido.

La experiencia de ser aceptado por Dios, es el primer paso para no excluir a los demás. Pero si partimos de la idea de un Dios que excluye, encontraremos mil razones para excluir en su nombre. Es lo que hoy seguimos haciendo.

Seguimos aferrados a la idea de que la impureza se contagia, pero el evangelio nos está diciendo que la pureza, el amor, la libertad, la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Este paso tendríamos que dar si de verdad somos cristianos.

Seguimos justificando demasiados casos de marginación bajo pretexto de permanecer puros. ¡Cuántas leyes deberíamos saltarnos hoy para ayudar a todos los marginados a reintegrarse en la sociedad y permitirles volver a sentirse seres humanos!

Que así sea.