domingo, 9 de enero de 2011

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.


“La cosa empezó en Galilea”. “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero”.
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

Hoy se manifiesta en Jesús la humanidad redimida, se presenta al Hijo de Dios, el amado. En el Jordán se nos revela quién es el Hijo de María, quién es el nacido en Belén, quién es el adorado por los pastores y agasajado por los Magos de Oriente. Jesús de Nazaret es el Hijo primogénito de Dios, quien nos concede, al participar en la gracia bautismal, la identidad de hijos adoptivos y amados de Dios.

El eco de la voz del cielo, en las profundidades del oasis de Jericó, llegará hasta lo más alto del monte. De la memoria que se guarde de la proclamación divina, va a depender la capacidad de cruzar todos los desiertos y angosturas de la vida con esperanza. La pedagogía del Evangelio nos indica cómo, antes de iniciar Jesús la vida pública, es refrendado por su Padre y por el Espíritu Santo, para que a la hora de llamar a los discípulos comprendan a quién siguen.

La iniciación bautismal no es un rito mágico, es una profesión de fe en el misterio de Dios, en su revelación histórica en Jesucristo, en las mediaciones sacramentales providentes y eclesiales, en la vida eterna. El bautismo es profesar el encuentro con Jesucristo, la gracia de pertenecer a los seguidores de quien se nos ofrece como Mesías, Amado de Dios, Hijo predilecto suyo. Los bautizados somos del Señor. Tenemos por herencia la suerte de Jesús.

Hoy se nos inicia en la experiencia de gloria, para saber interpretar la cruz, de luz para caminar en la noche, de belleza para transfigurar el momento de desesperanza, de Dios para reinterpretar toda la historia desde Él, de vida para atravesar la frontera de la muerte. Dios tiene poder para configurar nuestra humanidad con su divinidad, y para trastocar toda la escala de valores. Para Dios lo pequeño es grande; lo último, primero; la pobreza, anticipo de bendición; la obediencia, signo de libertad; la circuncisión del corazón, plenitud de amor.

Hoy tenemos posibilidad de renovar nuestro consentimiento bautismal, nuestra profesión más solemne, por la que se nos ha concedido la filiación divina, para siempre. Dios no retracta el juramento, somos suyos, del linaje de su Hijo, del Hijo de la Nazarena.