sábado, 1 de enero de 2011

«Theotokos» (portadora de Dios)


Este primer día del año suele estar absorbido por el inicio del año nuevo, por los festejos de Nochevieja y el cansancio que conllevan. Pero para nosotros, los que formamos la Iglesia, además, el primer día del año tiene un doble motivo de celebración: la Jornada Mundial de la Paz, y la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Los santos padres de la Iglesia oriental aplicaron a María el título «Theotokos» (portadora de Dios) ya en el siglo III. En Occidente, María fue venerada como «Dei Genitrix» (Madre de Dios). La fiesta del 1 de enero es la fiesta mariana más antigua en la liturgia romana, y merece que le demos la mayor importancia.

Pero María también «es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida» (27).

Celebrar a María como Madre de Dios ha de significar también para nosotros el deseo de “ser madres”. Como dice el Papa en Verbum Domini, «contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida» (28).

Estamos llamados a tener esa familiaridad con la Palabra, a hablar y pensar con la Palabra, de modo que, como en María, la Palabra de Dios se convierta en nuestras palabras, y nuestras palabras nazcan de la Palabra de Dios... en definitiva, a que la Palabra se encarne en nuestra vida.

Y esto es posible, porque como dice el Papa, «San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo: si en cuanto a la carne sólo existe una Madre de Cristo, en cuanto a la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos» (28).

Deseemos “ser madres” como María para que la Palabra se convierta en nuestra forma de vida, porque «todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la Palabra y en la celebración de los sacramentos» (28).