sábado, 10 de julio de 2010

¿UN CRISTIANO SIN SACRAMENTOS?


Ni pensarlo. Necesitamos de los sacramentos, pero cuál es el verdadero sacramento del cristiano. Para que nadie se escandalice y piense que estoy deformando nuestra fe cristiana, me permito citar una vez más al Papa Benedicto XVI:

“Practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia (habla de la Iglesia) tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra.” (DC n.22)

El Sacerdote y el Levita de seguro que venían del Templo de Jerusalén. ¿De qué les valió si luego cuando encontraron al caído en la cuneta del camino, herido y maltrecho, se dieron un rodeo para no verlo, o disimular que no lo vieron? En cambio, un pagano Samaritano tuvo ojos para verlo y él se convierte en el verdadero prójimo y, por tanto, en el verdadero cristiano.

Pareciera un atrevimiento y escándalo decir que el amor al prójimo es tan importante como el anuncio de la Palabra y los Sacramentos. La Iglesia no puede vivir sin la Palabra, pero tampoco sin el amor el prójimo. La Iglesia no puede vivir sin los Sacramentos, pero tampoco sin el amor al prójimo. El prójimo es, por tanto, algo esencial a la Iglesia, a la fe, a la salvación. Por eso Jesús cuando nos juzgue a todos, lo hará desde el vaso de agua que dimos al sediento, la ropa que dimos al desnudo, la visita que hicimos al enfermo.

La verdad que leyendo esta Carta de Benedicto XVI por Internet me vienen toda una serie de cuestionamientos sobre mi fe, a mí que precisamente me sentía tan seguro.

Y tú ¿Qué piensas?

Te invito a leer la última Encíclica de Benedicto XVI.

Lucas 10,25-37 ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

Te cuento, para Jesús, en aquel entonces, prójimo era todo hombre, al margen de su color, condición social, nacionalidad o religión. Para la religión de los tiempos de Jesús, la religión del Templo y de la Ley, prójimo eran solo los miembros del pueblo de Israel. Jesús rompe esa estrecha idea de prójimo para, como diríamos hoy, “globalizarla”.

Por eso la pregunta la tendremos que hacer hoy: “¿Quién es mi prójimo hoy 2010? Creo que la mejor definición la da Benedicto XVI en su Encíclica sobre “Dios es caridad”, cuando escribe: “Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y yo pueda ayudarle.” No se trata, como añade el Papa, de un amor o de un prójimo despersonalizado en el concepto de universalidad. “Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora.” (DC n.15) Completa la idea, en este mismo número, diciendo: “La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros.”

Nuestro gran peligro es considerar como prójimo solo a aquellos que tenemos cerca y son de los nuestros. El resto nos resulta lejano aunque llegue a estar a poca distancia. El amor no se define por la distancia física, sino por la cercanía y la distancia del corazón. Es el corazón, no la geografía la marca las distancias entre los hombres.

El Sacerdote y el Levita, que de seguro venían de servir en el Templo, pasaron cerca, pero ellos mismos marcaron la distancia. Lo mejor cuando el amor es elitista suele ser marcar distancias, rodeos. Con fulanito no quiero encontrarme y doy la vuelta a la manzana. Con el otro no me interesa o incluso su presencia me molesta porque puede complicarme la vida y mando decir que no estoy. Como todos llevamos más prisas en el corazón que en los pies, preferimos todos evitar esos encuentros comprometedores. Jesús es muy claro, la misma distancia que existe entre nosotros y nuestro prójimo es la misma distancia que existe entre nosotros y Dios. Al fin y al cabo, como escribe Benedicto XVI, “lo que se subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad, una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia”.

Esta pregunta me la hago yo, desde mi contexto como novicio de la O.P y ahora te la hago yo a ti hermano dese tu contexto.

¿Nos estamos encerrando al prójimo o incluso odiando al hermano?

domingo, 4 de julio de 2010

"CON SÓLO TOCAR SU MANTO ME SALVARÉ"

Hola amigos y hermanos del blog, quiero compartir la reflexión del texto bíblico que le encanta a mi hermano Fr Osvaldo Murillo OP, este texto me ha llenado de regocijo en el señor y me he inquietado a escribir acerca de Mt 9,18-26 con su respectiva canción del camino catecúmenal.


La gente percibe y celebra la presencia de Jesús, el Salvador, el “Dios-con-nosotros”, en medio de ellos porque su presencia es una manifestación concreta de la llegada del Reino de Dios que libera y da vida.

Los capítulos 8 y 9 de Mateo, en una sección de diez milagros finamente narrados nos ha presentado una serie de encuentros de Jesús con diversas personas necesitadas que se abren a la novedad del Reino: (1) un leproso, (2) un centurión romano (pagano), (3) la suegra de Pedro, (4) los discípulos atribulados en medio de la tempestad, (5) los endemoniados gadarenos, (6) un paralítico. Hoy leemos los episodios (7) y (8): la curación de una mujer con flujo de sangre y la resurrección de una niña de doce años.

En ambos casos Jesús es buscado: Él es esperanza para Israel. Él hace presente al Dios que se venera con sacrificios en el Templo, aunque lo que Él da y requiere es misericordia (ver 9,13). Aquellos que, por las normas establecidas, no se atrevían a entrar con contacto físico con pecadores o personas impuras (leproso, pagano, publicano, mujer con flujo de sangre, un difunto), y llegaron a hacer pensar que Dios excluía a todos estos portadores de miseria, fueron contrariados por la persona de Jesús, quien yendo al fondo de la cuestión les pidió no sólo la praxis de la misericordia sino también una renovación completa (ver 9,16-17).

En el evangelio de hoy, el rostro de la opresión está en dos mujeres:
(1) El número “doce” las pone en relación: doce años de vida y doce años de sufrimiento.
(2) Una es adulta y la otra es joven.
(3) A ambas se les niega la posibilidad de la vida: una por su enfermedad que la hace estéril y la otra porque muere justo cuando puede comenzar a engendrar vida (cumple la edad en la que se hace adulta).
(4) Ambas hacen la experiencia de la muerte: una está al borde y la otra ya es como la flor cortada en su capullo.
(5) Ninguna de las dos puede ser tocada, están en situación de impureza legal.

El contacto con Jesús las salva de la muerte: la mujer con flujo de sangre toca el manto de Jesús (“Se decía para sí: ‘Con sólo tocar su manto me salvaré’”, 9,21). La joven hija del magistrado judío (jefe de sinagoga) es tomada por la mano por Jesús (“La tomó de la mano y la muchacha se levantó”, 9,25).

Pero es la doble historia de fe que aquí se narra la que hace posible esta manifestación de salvación.

El papá de la niña, en el momento más agudo de su dolor paterno (“mi hija acaba de morir”, 9,18), le suplica: “Impón tu mano sobre ella y vivirá” (9,18). Así como había hecho con el pagano, Jesús no hace interrogatorios ni pide nada, Él se dispone con prontitud a socorrer la necesidad (“Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos”, 9,19), así se trate de un posible adversario, Jesús solamente vio la fe del papá que cree que con la imposición de manos de Jesús su hija vivirá. Jesús seguirá adelante a pesar de las burlas (9,23), él cuenta con la fe del papá. La misericordia de Jesús no tiene fronteras: lo que cuenta es la fe de de la persona necesitada.

La mujer con flujo de sangre, por su parte, está convencida que con el sólo hecho de tocar el borde del manto de Jesús se “salvará”. Su declaración de fe, enunciada en el secreto del pensamiento, es conocida por Jesús, quien saca a la luz pública la fuerza de su fe: “¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado” (9,22a). El grito de fe de la mujer es arrancado por la voz de Jesús de de su enclaustramiento. Y es salvada desde ese preciso instante (ver 9,22b).

Dos mujeres reconducidas a la vida encuentran su esperanza en Jesús. No quedaron defraudadas. Estas mujeres quedan constituidas en el evangelio como signo de la vida que trae el Reino de Dios.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón y hagamos no estas preguntas.


1. El contacto con Jesús da la posibilidad de retornar a la vida. ¿En qué forma concreta manifiesto que el contacto diario con Jesús me da vida?, ¿Cómo comparto con los otros esa vida que Jesús me da?

2. La historia de estas dos mujeres tiene algunos puntos en común: ¿Cuáles?, ¿Qué me dicen estas semejanzas?

3. ¿Qué podemos hacer para que en nuestro ambiente (barrio, comunidad, familia, etc.) la mujer sea más tenida en cuenta y se vaya superando en la sociedad toda forma de exclusión?

Hermanos y Amigos ¿Qué piensan?