domingo, 1 de agosto de 2010

¿Quién es el dueño del mundo?


Este pasaje evangélico nos da la oportunidad de tener una visión global del mensaje de Jesús sobre el dinero. Este mensaje se puede concretar en tres aspectos.
En primer lugar, el texto de hoy hace un planteamiento básico, colocando el dinero en la pe
rspectiva correcta de cualquiera de los bienes (talentos o sucesos) de la vida humana: si el dinero tiene valor de cara a la vida definitiva, tiene valor: si no lo tiene o la perjudica, no tiene valor o es un peligro. Hay que destacar la radicalidad del sentido escatológico de Jesús. Es la vida definitiva la que marca los valores, y solamente ella.
Esta doctrina se ve expresada en las sentencias cortas recogidas en el Sermón del
Monte: "No acumuléis riquezas aquí, donde roe la polilla y roban los ladrones; acumulad riquezas para el cielo". Y más radicalmente: "Si tu ojo o tu mano te estorba para la vida eterna, córtatelos...".
La concreción positiva de esta doctrina la encontraríamos en la pa
rábola de los talentos. El dinero es algo que Dios nos ha confiado; se espera de nosotros una administración correcta...

En segundo lugar, la parábola del Rico Epulón y el pobre Lázaro muestra un giro violento, mucho más exigente. Se trata del que pervierte la finalidad del dinero, usándolo solamente para su propio disfrute y produciendo con ello la desgracia de otros. Es el dinero pervertido en su fin y la falta de compasión.
La postura de Jesús no puede ser más violenta ni más radical. Pocas veces en los evangelios encontramos una condena tan dura; se recurre a toda la simbología tradicional de la condenación para siempre, con llamas y tormentos incluidos.
La base de es
ta doctrina se encuentra sin duda en la parábola del juicio final. El "a mí me lo dejasteis de hacer" es la sentencia definitiva y su fundamentación: puesto que solamente podemos servir a Dios en sus hijos, abandonar a sus hijos es rechazar a Dios.

En terc
er lugar, Jesús toma postura de manera muy inquietante hablando del dinero en relación con El Reino. "Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino".
Hasta aquí tratábamos de salvar o tirar la vida; ahora tratamos de seguir a Jesús, de aceptar la misión. Aquí se trata ya de la consagración al Reino; todo para el reino: las cualidades, el tiempo, lo que se posee...
Y es aquí cuando Jesús habla de la riqueza como peligro, como droga. La escena en que todo esto se personifica es la del joven rico: muy buena persona, buen cumplidor de sus obligaciones; daría sin duda abundantes limosnas, pero no va a entrar en el Reino; es demasiado rico.

¡Qué estupenda frase termina el evangelio de hoy! "Ser rico ante Dios". Nos invita sin duda a una inversión de valores en nuestra manera de considerar a las personas y a nosotros mismos. Admiramos y respetamos la salud, la juventud, la fama, el dinero, el poder, la popularidad. Las revistas y los programas de radio o tele que se dedican a la vida social se hartan de exhibir estos ídolos. El empresario triunfador, el cantante del momento, el artista de cine, el personaje popular sin más... tantos y tantos y tantos, que encarnan al "rico ente el mundo".

¿Quiénes son "ricos ante Dios"? ¿Con qué ojos mira Dios a todos esos "ricos"? Sin duda con una enorme compasión, como se mira a un hijo tonto; con una enorme preocupación, como se mira al hijo atolondrado de incierto futuro; con una enorme angustia, como se mira al hijo cruel que produce daños irreparables a los demás.

Y ¿Qué estamos haciendo nosotros…?