sábado, 11 de diciembre de 2010

UNA PROVOCADORA ALEGRÍA.


Podría parecer casi una burla, o al menos una provocación, la de invitar nada menos que a la alegría en estos momentos de hondas dificultades en tantas personas. Pero he aquí que este tercer domingo de Adviento, se le llama domingo gaudete (alegraos), porque la alegría forma parte de este tiempo de espera. No era fácil y halagüeña la situación desde la que hablaba Isaías.

El profeta tuvo que experimentar el vértigo de anunciar esperanza en medio de un pueblo desesperanzado; anunciar alegría y fiesta, a un pueblo que fatalmente se iba resignando con la tristeza y el luto. Y esto es lo que hizo Isaías: ¿veis el desierto y los yermos? ¿Veis el páramo y la estepa? Pues florecerán como florece el narciso, y se alegrarán con un gozo de alegría verdadera. ¿Tenéis la sensación de soledad, de abandono, de que vuestra situación no hay nada ni nadie que la pueda cambiar? Pues no pactéis con la tristeza y que el miedo no llene vuestro corazón, sed fuertes, no temáis: vuestro Dios viene en persona, para resarciros y salvaros. Y como quien está ciego y vuelve a la luz, como quien sufre sordera y se le abren los oídos, como quien renquea de cojera y salta como un ciervo, como quien se amilana como mudo y consigue cantar... así, así veréis que se termina vuestro destierro, vuestra soledad, vuestra tristeza, vuestra pesadumbre..., y volveréis a vuestra tierra como rescatados del Señor.

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? -le preguntarán a Jesús los discípulos del Bautista-, y Jesús responderá: decidle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. La alegría profetizada por Isaías tomaba rostro y nombre: Jesús.
A nosotros, cristianos que recorremos este Adviento con el deseo de no repetir cansinamente el de años anteriores, se nos dirige también una invitación a la alegría. Cada uno tendrá que reconocer cuáles son sus desiertos, sus yermos, sus páramos y estepas; cada uno tendrá que poner nombre a la ceguera, la sordera, la cojera o la mudez de las que nos habla este Domingo la Palabra de Dios. Pero es ciertamente en toda esa situación donde hemos de esperar a quien viene para rescatarnos de la muerte, de la tristeza, del fatalismo. Y somos llamados a testimoniar ante el mundo esa alegría que nos ha acontecido, que se ha hecho también para nosotros el Rostro, la Carne y la Historia de Jesucristo. Entonces la alegría deja de ser un lujo y se convierte en una urgencia, en un catecismo, en una evangelización. Esta es la alegría que esperamos y que se nos dará por quien está viniendo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El anuncio de un estado de paz, tranquilidad, seguridad...


En este segundo domingo de Adviento, hemos escuchado en la 1ª lectura el anuncio de un estado de paz, tranquilidad, seguridad... descrito con imágenes muy expresivas: «Habitará el lobo con el cordero... el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid... No harán daño ni estrago...». Un estado de vida que, traducido a nuestra realidad actual, en principio a todos nos gustaría, todos desearíamos poder disfrutarlo.

Quizá la primera reacción ante este anuncio es considerarlo como irreal e ilusorio, porque estamos convencidos de que eso no se va a producir. Pero como ha dicho san Pablo en la 2ª lectura, «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra». Y en esa 1ª lectura encontramos también el anuncio de cómo será posible que ese estado de vida que todos deseamos se vaya haciendo realidad: «Brotará un renuevo del tronco de Jesé... Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia... valentía... consejo y valor... piedad y temor del Señor». Es el anuncio que hace el profeta de la llegada del Mesías, que «No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado... será la justicia ceñidor de sus lomos, la fidelidad, ceñidor de su cintura», y por eso enseñará al pueblo el modo de actuar para que el deseo de justicia y paz pueda cumplirse.

Ese Mesías esperado es Jesús, cuya encarnación en nuestra realidad humana para nuestra salvación nos disponemos a celebrar. Él es el Camino que hemos de recorrer, la Verdad que hemos de asumir y la Vida a la que debemos aspirar. De ahí la predicación urgente de Juan Bautista: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». La llegada del Mesías esperado, entonces y ahora, pide de nosotros preparar «el camino del Señor», para que sintamos su Reino cada vez más cercano.

Nuestra conversión es un proceso; y que el Reino de Dios se vaya haciendo realidad también conlleva un proceso, a veces lento e incluso imperceptible para nuestros ojos, y podemos caer en la desesperanza porque nos parece que nuestro deseo de un cambio a una vida mejor no se cumple, y que la realidad social, económica, política... y nosotros mismos seguimos igual. Por eso la celebración un año más del Adviento nos tiene que llevar a recordar lo que san Pablo nos decía en la 2ª lectura: «entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza».

Una esperanza “activa”, porque aun respetando los procesos, sí que debemos ir poniendo de nuestra parte lo que podemos para que nuestro deseo se vaya cumpliendo, para que ese estilo nuevo del Reino sea cada vez más patente: «estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos... acogeos mutuamente como Cristo os acogió...». Nuestra conversión puede comenzar por ahí, por nuestra relación con los demás, es un modo de “preparar el camino del Señor y de allanar sus senderos”.

¿Tengo esperanza en que el estilo nuevo del Reino se irá haciendo realidad en nuestro mundo, o no creo que ese deseo se cumpla? ¿Espero verdaderamente al Mesías? ¿Cómo preparo su camino? ¿Qué signo de conversión puedo incorporar a mi vida durante este Adviento?

La Eucaristía es un anticipo del banquete del Reino de los Cielos, el mismo Señor se nos da ahora como alimento para que preparemos sus caminos. Deseemos pues la Eucaristía, deseemos convertirnos, hagamos vida la Eucaristía para que, preparando el camino del Señor y allanando sus senderos, acojamos al Mesías en lo cotidiano de nuestro trabajo y relaciones para que nuestro deseo de un Reino de paz, justicia y amor pueda cumplirse.