sábado, 18 de diciembre de 2010

“Os ha nacido un Salvador”


“Os ha nacido un Salvador” ( un Liberador, como diría Jon Sobrino). “Y aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

Lo siento. No puedo pensar en regalos, compras, comidas copiosas, derroche, luces y todo lo que invita al Dios Consumo.

Mi mente se fija en ese Jesús Liberador, pobre como los más pobres, Dios encarnado. Es decir: un Jesús que nos desvela el rostro verdadero del Padre: su opción por los más pobres. Y desde ahí es Liberación (salvación) para todos, pero especialmente para ellos.

Jesús lo demostraría con innumerables gestos y hechos durante toda su vida.

En este tiempo que la tiranía de los grandes capitales ( éso que llaman “mercados”), hace estragos entre los mas pobres de los países desarrollados y por supuesto de los países más empobrecidos, Jesús, su mensaje de solidaridad, fraternidad ( todos somos hijos de un mismo Padre y por tanto hermanos), es todo un referente para la solución de los graves problemas que tiene la Humanidad.

Si actuáramos como Él, si pensáramos como Él, si tuviéramos los valores como Él, el grado de compromiso que Él…todo sería distinto.

Unas estructuras económicas injustas, que provocan el ensanchamiento cada vez mayor entre países ricos y pobres, las hambres, las guerras, la exclusión social de mil maneras…, debieran ser transformadas, a tenor de la canción de Taizé: “Hoy comienza una nueva era, las lanzas se convierten en podaderas , de la espada hacen arados y los oprimidos son liberados”

Y somos nosotros, sus seguidores, sus discípulos hoy, quienes debemos trabajar a fondo, junto con otros muchos hombres y mujeres, creyentes o no, para que esto pueda ser realidad en nuestro mundo, tan lleno de dificultades que parecen insuperables.

Debemos estar ahí, apoyando todas las causas justas, que hay muchas y con las que podemos colaborar de muchas maneras hasta que se llegue a la transformación total que el Mundo necesita (revolución, que dirán otros)…”Otro Mundo es posible, otra Iglesia también”

Jesús vence al Mal con el bien. Triunfa sobre la Muerte, Las tinieblas no pueden con Él.

También nosotros, unidos unos con otros, podemos.

Con estos sentimientos le deseo una

FELIZ NAVIDAD…

sábado, 11 de diciembre de 2010

UNA PROVOCADORA ALEGRÍA.


Podría parecer casi una burla, o al menos una provocación, la de invitar nada menos que a la alegría en estos momentos de hondas dificultades en tantas personas. Pero he aquí que este tercer domingo de Adviento, se le llama domingo gaudete (alegraos), porque la alegría forma parte de este tiempo de espera. No era fácil y halagüeña la situación desde la que hablaba Isaías.

El profeta tuvo que experimentar el vértigo de anunciar esperanza en medio de un pueblo desesperanzado; anunciar alegría y fiesta, a un pueblo que fatalmente se iba resignando con la tristeza y el luto. Y esto es lo que hizo Isaías: ¿veis el desierto y los yermos? ¿Veis el páramo y la estepa? Pues florecerán como florece el narciso, y se alegrarán con un gozo de alegría verdadera. ¿Tenéis la sensación de soledad, de abandono, de que vuestra situación no hay nada ni nadie que la pueda cambiar? Pues no pactéis con la tristeza y que el miedo no llene vuestro corazón, sed fuertes, no temáis: vuestro Dios viene en persona, para resarciros y salvaros. Y como quien está ciego y vuelve a la luz, como quien sufre sordera y se le abren los oídos, como quien renquea de cojera y salta como un ciervo, como quien se amilana como mudo y consigue cantar... así, así veréis que se termina vuestro destierro, vuestra soledad, vuestra tristeza, vuestra pesadumbre..., y volveréis a vuestra tierra como rescatados del Señor.

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? -le preguntarán a Jesús los discípulos del Bautista-, y Jesús responderá: decidle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. La alegría profetizada por Isaías tomaba rostro y nombre: Jesús.
A nosotros, cristianos que recorremos este Adviento con el deseo de no repetir cansinamente el de años anteriores, se nos dirige también una invitación a la alegría. Cada uno tendrá que reconocer cuáles son sus desiertos, sus yermos, sus páramos y estepas; cada uno tendrá que poner nombre a la ceguera, la sordera, la cojera o la mudez de las que nos habla este Domingo la Palabra de Dios. Pero es ciertamente en toda esa situación donde hemos de esperar a quien viene para rescatarnos de la muerte, de la tristeza, del fatalismo. Y somos llamados a testimoniar ante el mundo esa alegría que nos ha acontecido, que se ha hecho también para nosotros el Rostro, la Carne y la Historia de Jesucristo. Entonces la alegría deja de ser un lujo y se convierte en una urgencia, en un catecismo, en una evangelización. Esta es la alegría que esperamos y que se nos dará por quien está viniendo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El anuncio de un estado de paz, tranquilidad, seguridad...


En este segundo domingo de Adviento, hemos escuchado en la 1ª lectura el anuncio de un estado de paz, tranquilidad, seguridad... descrito con imágenes muy expresivas: «Habitará el lobo con el cordero... el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid... No harán daño ni estrago...». Un estado de vida que, traducido a nuestra realidad actual, en principio a todos nos gustaría, todos desearíamos poder disfrutarlo.

Quizá la primera reacción ante este anuncio es considerarlo como irreal e ilusorio, porque estamos convencidos de que eso no se va a producir. Pero como ha dicho san Pablo en la 2ª lectura, «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra». Y en esa 1ª lectura encontramos también el anuncio de cómo será posible que ese estado de vida que todos deseamos se vaya haciendo realidad: «Brotará un renuevo del tronco de Jesé... Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia... valentía... consejo y valor... piedad y temor del Señor». Es el anuncio que hace el profeta de la llegada del Mesías, que «No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado... será la justicia ceñidor de sus lomos, la fidelidad, ceñidor de su cintura», y por eso enseñará al pueblo el modo de actuar para que el deseo de justicia y paz pueda cumplirse.

Ese Mesías esperado es Jesús, cuya encarnación en nuestra realidad humana para nuestra salvación nos disponemos a celebrar. Él es el Camino que hemos de recorrer, la Verdad que hemos de asumir y la Vida a la que debemos aspirar. De ahí la predicación urgente de Juan Bautista: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». La llegada del Mesías esperado, entonces y ahora, pide de nosotros preparar «el camino del Señor», para que sintamos su Reino cada vez más cercano.

Nuestra conversión es un proceso; y que el Reino de Dios se vaya haciendo realidad también conlleva un proceso, a veces lento e incluso imperceptible para nuestros ojos, y podemos caer en la desesperanza porque nos parece que nuestro deseo de un cambio a una vida mejor no se cumple, y que la realidad social, económica, política... y nosotros mismos seguimos igual. Por eso la celebración un año más del Adviento nos tiene que llevar a recordar lo que san Pablo nos decía en la 2ª lectura: «entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza».

Una esperanza “activa”, porque aun respetando los procesos, sí que debemos ir poniendo de nuestra parte lo que podemos para que nuestro deseo se vaya cumpliendo, para que ese estilo nuevo del Reino sea cada vez más patente: «estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos... acogeos mutuamente como Cristo os acogió...». Nuestra conversión puede comenzar por ahí, por nuestra relación con los demás, es un modo de “preparar el camino del Señor y de allanar sus senderos”.

¿Tengo esperanza en que el estilo nuevo del Reino se irá haciendo realidad en nuestro mundo, o no creo que ese deseo se cumpla? ¿Espero verdaderamente al Mesías? ¿Cómo preparo su camino? ¿Qué signo de conversión puedo incorporar a mi vida durante este Adviento?

La Eucaristía es un anticipo del banquete del Reino de los Cielos, el mismo Señor se nos da ahora como alimento para que preparemos sus caminos. Deseemos pues la Eucaristía, deseemos convertirnos, hagamos vida la Eucaristía para que, preparando el camino del Señor y allanando sus senderos, acojamos al Mesías en lo cotidiano de nuestro trabajo y relaciones para que nuestro deseo de un Reino de paz, justicia y amor pueda cumplirse.

sábado, 27 de noviembre de 2010

"Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el hijo del hombre".




La palabra acontecimiento indica algo más que un simple acontecer. El acontecimiento nos arranca de la rutina cotidiana para gritar nos que es posible la sorpresa y el estupor. Los cristianos iniciamos con este domingo un nuevo adviento. Y digo bien: nuevo y adviento. Porque no se trata de repetir mecánicamente el guión de advientos pretéritos. Jamás la liturgia cristiana es una puesta en escena de las obras ya estrenadas y sabidas. Más bien nos empuja la liturgia a mirar el acontecimiento: Jesucristo, Señor y Salvador. Porque una novedad es tal cuando lo que alguna vez hemos visto u oído, lo que alguna vez ha empezado a acontecer en nosotros, se torna más verdad cada día.

La Palabra de Dios de este primer domingo nos describe el adviento hablando de ese doble movimiento que se da en la historia de la salvación. En el primer movimiento tiene Dios la iniciativa: es el Dios que vino, que viene y que vendrá, con un continuo abalanzarse a nuestras situaciones. El segundo movimiento se inscribe en el corazón del hombre: la espera y la vigilancia. El Señor que llega, el hombre que le espera con una actitud vigilante. Esto es el adviento.

La historia de este tiempo litúrgico habla de los tres advientos: mirando al Señor que ya vino una vez (primer adviento, hace 2000 años), nos preparamos a recibirle en su última venida (tercer adviento, al final de los tiempos), acogiendo al que incesantemente llega a nuestro corazón (segundo adviento, en nuestro hoy de cada día).

El "no sabéis el día ni la hora" que escuchamos en el Evangelio, no es una encerrona terrible que pretende asustarnos, sino un toque de atención para que cuando Él manifieste su gracia en nuestros corazones podamos sencillamente reconocerlo. Así dice una antigua oración: "Oh Dios que vendrás a manifestarte en el día del juicio, manifiéstate primero en nuestros corazones mediante tu gracia".

Sin duda que necesitamos que acontezca la eterna novedad del Señor en la venas de nuestra vida. Hay demasiadas pesadillas en nuestro mundo planetario de las que despertar, demasiadas rutinas que cansan y agotan, demasiadas necesidades en nuestro corazón y en el corazón social de que Alguien que ya vino y que vendrá, venga ahora también para encendernos la luz, una Luz que no se apague, y para cambiar todas nuestras maldiciones y enconos en ternura y bendición.

domingo, 21 de noviembre de 2010

CARGAR CON LA CRUZ ...


El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.

Habituados a proclamar la "victoria de la Cruz", corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.

Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso.

No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí... que cargue con su cruz y me siga».

Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.

El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave: "La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella".

¿No hemos de revisar todos cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él de manera más responsable y comprometida

sábado, 13 de noviembre de 2010

“PENDIENTES DE UN JUICIO”


Un juicio, en Derecho, es el “conocimiento de una causa en la cual el juez ha de pronunciar la sentencia”. Y en estos últimos domingos del año litúrgico, la Palabra de Dios nos recuerda que estamos “pendientes de un juicio”: el llamado Juicio Final, que es el que Dios hará en el fin del mundo para dar a cada uno el premio o castigo de sus obras. Un juicio que ya los profetas habían ido anunciando, como hemos escuchado en la 1ª lectura: «malvados y perversos serán la paja y los quemaré... Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia». Las imágenes utilizadas para hablar de este juicio de Dios han contribuido a que se vea este momento como algo terrible: «Mirad que llega el día, ardiente como un horno... no quedará de ellos ni rama ni raíz»; un juicio en el que Dios aparece principalmente como un juez temible y riguroso que dictará sobre todo sentencias condenatorias. Ante esta imagen, es lógico que el miedo paralice nuestra vida y sintamos angustia por lo que ha de venir.

Jesús recoge en el evangelio estas imágenes asumidas por su pueblo para afirmar que, efectivamente, el tiempo y la historia llegarán a su fin: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Más aún: Jesús ya anuncia que antes de ese Juicio Final quizá, seguramente, tendremos que pasar por otros “juicios terrenos”: «os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre... Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre».

Pero ante la lógica reacción de miedo de sus oyentes -«¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»- Jesús empieza a instruirles acerca de cómo hay que afrontar la realidad de ese “juicio de Dios”: «Cuidado con que nadie os engañe... Cuando oigáis noticias de guerras o de revoluciones, no tengáis pánico...». Aunque se produzcan «espantos y grandes signos en el cielo», no hay que perder la calma ni la esperanza, porque «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá».

Ni siquiera en los momentos más difíciles de los “juicios humanos” a los que podamos vernos sometidos, ni siquiera ante los enfrentamientos con personas cercanas por causa de nuestra fe debemos dejarnos llevar por el miedo, porque hasta en las circunstancias más adversas Jesús nos asegura que estará a nuestro lado: «yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro» y porque «así tendréis ocasión de dar testimonio».

Es cierto que estamos pendientes de un juicio y debemos estar preparados, pero sin caer en la angustia. Y el mismo Jesús nos indica la actitud necesaria para estar preparados: «con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Perseverar en el seguimiento del Señor en lo cotidiano es la clave para llevar una vida normal aun sabiendo que un día deberemos comparecer ante Dios o ante otras personas. Por eso san Pablo, a quienes dejaron de trabajar esperando la inminente vuelta del Mesías, les ha dicho en la 2ª lectura: «a ésos les digo y les recomiendo que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan». Si en nuestra vida realizamos con normalidad el seguimiento del Señor, no tendremos nada que temer ante su juicio ni ante el juicio de los hombres.


ACTUAR
¿Soy consciente de que estoy pendiente de un juicio, pienso alguna vez en el “juicio final”? ¿Cómo me lo imagino? ¿Qué siento? ¿Me dejo llevar por imágenes, fantasías...? ¿Veo en Dios a un juez terrible y temible, o al Padre de misericordia que, sin dejar de ser justo, no quiere que perezca ni un cabello de nuestras cabezas? ¿Cómo me preparo para el juicio de Dios, en qué debo perseverar? ¿Me he sentido “juzgado” por mi fe por parientes, amigos...? ¿Cómo he respondido, he dado testimonio de fe?

sábado, 6 de noviembre de 2010

“¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!”


Hace algunos días me preguntaron, sin muchos preámbulos, cuáles podrían ser las dimensiones fundamentales de una espiritualidad que pudiera responder al mundo de hoy. Una pregunta aparentemente sencilla pero, al mismo tiempo, llena de profundidad. Respondí, rápidamente y sin pensar mucho: «Una espiritualidad que quiera responder a nuestra realidad tiene que tener los ojos bien abiertos ante la vida, para contemplar a Dios creador en medio de nuestra historia, debe recurrir siempre a la luz que ofrece la Palabra de Dios para discernir sus caminos y nos debe lanzar a la construcción de la comunidad cristiana en todos sus niveles».

Las tres dimensiones que aparecieron en esta primera respuesta espontánea, están muy conectadas entre sí y constituyen una unidad dinámica que considero muy cercana a la vida misma de Dios. Una espiritualidad no es otra cosa que una dinámica vital que nos pone en sintonía con Dios y nos hace obrar según el Espíritu de Dios. Por tanto, no es algo gaseoso, abstracto, elevado, desencarnado. Una espiritualidad es un estilo de vida que se puede ver y comprobar en obras muy concretas.

La participación del cristiano en la vida de Dios, que es lo que llamamos espiritualidad, hace que la persona entre en la dinámica vital propia de Dios uno y trino. La dinámica que se establece constantemente entre el Padre creador que se revela en la historia; el Hijo de Dios encarnado en la persona de Jesús; y el Espíritu Santo que sigue actuando en medio de nosotros para impulsarnos a construir una comunidad de amor. San Agustín, decía que Dios ha escrito dos libros; el primero y más importante es el libro de la vida, el libro de la historia que comenzó a escribir en los orígenes de los tiempos y que sigue escribiendo hoy con cada uno de nosotros; pero como fuimos incapaces de leer en este libro sus designios, Dios escribió un segundo libro, sacado del primero; este segundo libro es la Biblia; pero la primera Revelación está en la Historia, en la vida, en los acontecimientos de cada día: tanto en la vida personal, como grupal, comunitaria, social, política, etc...

Esta es la razón por la que la primera dimensión de una espiritualidad hoy es mirar la vida. Allí nos encontramos con lo que Dios quiere de nosotros; allí podemos descubrir lo que Dios está tratando de construir. Se trata de percibir la música de Dios, para cantar y bailar a su ritmo, para dejarnos invadir por su fuerza creadora. Es como entrar a un río y percibir hacia dónde va la corriente y dejarnos llevar por ella.

Esto es lo que Jesús quería comunicar cuando los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos, le propusieron esa difícil pregunta sobre cuál de los siete hermanos, que estuvieron casados sucesivamente con una mujer, sería su esposo en la resurrección de los muertos... “El Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!”. El Dios en el que creemos, por Jesucristo, es el Dios de la vida, que se revela en los acontecimientos cotidianos que muchas veces despreciamos porque no parecen revelarnos el rostro de Dios. Cuidemos que nuestra espiritualidad no se convierta en una serie de complicadas elucubraciones, que nos distraen de lo verdaderamente importante.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La Riqueza y La Pobreza...


Este pasaje responde de algún modo a los grandes temas sobre la riqueza y la pobreza que hemos ido destacando a lo largo de varios domingos, leyendo el evangelio de Lucas.

Antes de llegar a Jerusalén (donde tiene que decir su última palabra sobre el templo), Jesús pasa por Jericó, ciudad rica, la en hoya del Jordán, donde normalmente los peregrinos descansaban el sábado, para subir de madrugada (el primer día de la semana, hoy domingo) hacia Jerusalén, recorriendo casi treinta kilómetros de duro ascenso. Los curiosos del pueblo le esperan, esperando también a los cientos de peregrinos galileos que van a Jerusalén.

Entre los que esperan está Zaqueo, oficial de publicanos (administradores de aduanas), hombre rico, pero quizá pequeño, que se sube a un árbol para verle (o quizá para pasar inadvertido). Pero Jesús le ve y le dice que le invite (se auto-invita). Quiere pasar el día (un largo sábado de fiesta) con ese publicano, antes de iniciar el camino sin vuelta de Jerusalén.

Es evidente que van a criticarle: ¿Qué podrá hacer Jesús con este impuro hombre de dineros? Pero a Jesus no le importan las críticas. Quiere hablar con de persona a persona, un largo día de sábado. Y así empieza este pasaje simbólico, de escalofriante actualidad, todo un programa de vida, dialogando un día con Jesús?

Pero:
¿Qué pasaría si Jesús me dijera: Oye, Andres, invítame a tu casa, que estás en la higuera y yo voy de camino hacia Jerusalén y quiero decirte algo? ¿qué me diría Jesús, qué le diría yo?

¿Qué pasaría si Jesús dijera al Papa: Oye, Benito, invítame a tu higuera del Vaticano, que hace tiempo que no voy por allí, y tenemos que hablar de amores y dineros?

¿Qué pasaría si le dijera al Publicano mayor del Reino, el Señor Zapatero: Oye, José Luis, invítame a tu Moncloa, que quiero que me expliques algunas cosas, y quizá tengo yo algunas que decirte…?

¿Qué pasaría si invitara…? Sigamos soñando personas. Y mientras tanto leamos el texto.

lunes, 18 de octubre de 2010

¿Hasta cuándo va ha durar esto?


La parábola es breve y se entiende bien. Ocupan la escena dos personajes que viven en la misma ciudad. Un «juez» al que le faltan dos actitudes consideradas básicas en Israel para ser humano. «No teme a Dios» y «no le importan las personas». Es un hombre sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento de los oprimidos.

La «viuda» es una mujer sola, privada de un esposo que la proteja y sin apoyo social alguno. En la tradición bíblica estas «viudas» son, junto a los niños huérfanos y los extranjeros, el símbolo de las gentes más indefensas. Los más pobres de los pobres.

La mujer no puede hacer otra cosa sino presionar, moverse una y otra vez para reclamar sus derechos, sin resignarse a los abusos de su «adversario». Toda su vida se convierte en un grito: «Hazme justicia».

Durante un tiempo, el juez no reacciona. No se deja conmover; no quiere atender aquel grito incesante. Después, reflexiona y decide actuar. No por compasión ni por justicia. Sencillamente, para evitarse molestias y para que las cosas no vayan a peor.

Si un juez tan mezquino y egoísta termina haciendo justicia a esta viuda, Dios que es un Padre compasivo, atento a los más indefensos, «¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?».

La parábola encierra antes que nada un mensaje de confianza. Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura. Pero ¿no tarda demasiado?

De ahí la pregunta inquietante del evangelio. Hay que confiar; hay que invocar a Dios de manera incesante y sin desanimarse; hay que «gritarle» que haga justicia a los que nadie defiende. Pero, cuándo venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Para la revisión de vida
¿Es nuestra oración un grito a Dios pidiendo justicia para los pobres del mundo o la hemos sustituido por otra, llena de nuestro propio yo? ¿Resuena en nuestra liturgia el clamor de los que sufren o nuestro deseo de un bienestar siempre mejor y más seguro?
Como la viuda del evangelio, ¿soy una persona perseverante, convencida, que sabe lo que quiere y no vacila, que quiere lo que debe querer y en ello se realiza?
¿Sería yo capaz de pasar una situación difícil... sin pedirle a Dios que intervenga, aceptando lo que sé de qué Dios no es un tapa-agujeros para mis debilidades o de las dificultades que se me presentan en la vida?
“A Dios rogando y con el mazo dando”: ¿es lo que hago yo?

domingo, 10 de octubre de 2010

GRACIAS SEÑOR JESÚS...


La escena que nos trae el evangelio de hoy tiene mucho que ver con nuestra relación con Dios. Cuesta verse agraciado con una serie de dones que no hemos pedido ni sudado pero que se nos han otorgado. Hay que saber vivir el agradecimiento a este Dios que nos ha dado todo. Con Dios, tendemos más a pedir y cumplir que a agradecer y vivir.

Desde pequeños se nos enseña a dar las gracias cuando alguien nos regala algo o nos ayuda. “¿Qué se dice?” Solemos decir a los niños para que ellos esbocen un “gracias”. En la formación religiosa, por desgracia, se nos enseña más a pedir cosas a Dios, como si fuese el genio de una lámpara maravillosa, más que a sentirnos continuamente agradecidos por todo lo que de Él hemos recibido.

Para los cristianos es de vital importancia la acción de gracias; agradecer a Dios todo lo bueno que hay en nuestras vidas. Pero, ¿puede haber algún caso en que realmente no haya nada que agradecer? Incluso cuando las cosas se tuercen podemos encontrar algún motivo para sentirnos agradecidos, aunque sea complicado y no quiero decir que tengamos que dar gracias porque se han torcido las cosas pues entonces en vez de agradecer estaríamos negando la bondad de Dios, que sólo quiere cosas buenas para nosotros aunque tiene que respetar nuestra libertad y asumir nuestra finitud. Pero bueno, en condiciones normales, con el día a día, ¿le damos gracias sinceramente a Dios?

En cuanto al evangelio, el interés del pasaje no recae sobre el milagro en sí, sino sobre la postura de los agraciados, en particular sobre uno de ellos, el samaritano. Se quiere presentar la diferencia entre la religión judía y la primera comunidad cristiana. El fundamento de la religión judía era el cumplimiento de la Ley. El cumplimiento de la ley garantizaba que Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza.

Diez leprosos viven y mendigan juntos el sustento de su vida. Uno es samaritano. La común desgracia les ha hecho olvidar sus diferencias y odios raciales. Acuden a Jesús pidiendo auxilio y salud, Él accede a su petición pero deben ir a presentarse a los sacerdotes para que certifiquen si realmente están o no curados y dejen así de estar apartados de la sociedad. Solo uno, el samaritano, se dejó llevar por el impulso vital y volvió a dar las gracias. Los nueve restantes, los judíos, se sintieron obligados a cumplir lo que mandaba la ley.

Cuando se pone la ley por encima de la normalidad, cuando el cumplimiento lleva la voz cantante aplasta cualquier atisbo de sentido común. Nuestra relación con Dios no puede perder esto de vista. No podemos regirnos por el cumplimiento como si viviésemos coaccionados y observados en todo momento. La ley no nos puede acogotar ni adocenar. Sabemos de nuestras limitaciones, intentamos superarlas y desde ahí tenemos que orientar nuestra vida espiritual.

Por otra parte, si nos paramos a pensar, es tan grande el Misterio amoroso de Dios que de nuestro interior no puede brotar otro sentimiento que el de un profundo agradecimiento al Padre, que ha derramado sobre nosotros todo el caudal de su gracia, de su favor. Dios nos ha sacado de nuestra finitud, ha abierto nuestros horizontes. Por ello, el ser humano debe alabar al Creador en la creación, agradecer todos los dones que nos ha otorgado.

Termino con unas palabras de San Agustín: «¿hay algo en este ser animado que no sea digno de adoración y alabanza? Todos ellos son dones de Dios, yo no me los di. Todo esto son bienes, y todo esto soy yo. Por consiguiente, el que me creó es bueno, él es mi bien, y salto de gozo en su honor por todos los bienes por los cuales yo era niño». Desempolvemos, pues, el verbo “agradecer” y tengamos cada día más claro que Dios nos quiere por lo que somos no por lo que aparentamos a fuerza de cumplir leyes que ni entendemos ni vivimos.

sábado, 2 de octubre de 2010

AUMÉNTANOS LA FE


De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.

Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?

Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo tú eres quien "inicia y consuma nuestra fe".

Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.

Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.

Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.

Auméntanos la fe. Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.

Auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.

Auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros renovando nuestras vidas y alentando nuestras comunidades.

sábado, 25 de septiembre de 2010

¿De qué sirve ser el más rico del cementerio?


¿De qué sirve ser el más rico del cementerio? Jesús propone esta parábola a unos fariseos celosos de la Ley y los profetas, amigos de Moisés y de Abrahán, pero que vivían con una cierta esquizofrenia moral y espiritual.

Jesús en primer lugar relativiza el valor del dinero apelando a su poderío fugaz y a su gloria caduca. El dinero y todo lo que lo rodea, no tiene la última palabra en esta vida, porque esa palabra postrera la pronunciamos todos por igual, con la misma indigencia y fragilidad con la que igualmente nacimos: Epulón y Lázaro eran iguales ante su origen y ante su destino. El dinero y sus adláteres, no son la moneda para comprar el acceso en la vida perdurable, sino que más bien será una gracia de Dios al alcance de cualquiera que haya tenido corazón de pobre (hayan sido cuales hayan sido sus arcas monetarias).

Lo segundo que destaca Jesús es la infinita diferencia entre el modo de valorar que tiene Dios y aquellos fariseos burlones. Sólo quien entra en la mirada de Dios puede descubrir su secreto, y sólo quien se adentra en su Corazón comprende su riqueza, como el mismo Pablo descu brió (Filp 3,7-8).

No bastaba saberse al dedillo las consejas de la Ley y los Profetas. Hay un modo de ser creyente que es inútil: saber cosas de Dios y no vivir conforme a lo que sabemos, encender una vela a Dios en su día, reservándonos para nosotros y nues tros diablos el resto de la semana. Epulón comprendió ya tarde la inutili dad de la basura de su vida, y quiso enviar a un muerto a los suyos para hacerles ver la engañifa en la que vivían. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena. A lo más, queda uno asustado una breve temporada. Curiosamente, Dios desde "sus valores", lejos de ser un rival de los nuestros, es su mejor exponente. Tenemos la experiencia cotidiana de cómo cuando nos alejamos de la visión que Dios tiene de la vida, ésta se deshumaniza.

Por eso no es extraño que quienes aman el dinero y se bur lan de los enviados de Dios, no entiendan nada, se irriten e indignen, y hasta decidan matar al mensajero. No, nuestro mundo no necesita que vengan los muertos para darnos un susto incontestable, sino más bien está necesitado de vivos, de cristianos vivos que desde la trama diaria de su existir enseñan a ver las cosas desde los Ojos de Dios, y amar la vida desde y como Él, ritmando nuestros latires con los de su Corazón, valorando aquello que tiene valor para Él, lo que enajena y enfrenta, lo que adormece e in hibe, y relativizando lo que corrompe y deshumaniza.

domingo, 19 de septiembre de 2010

«Dinero Injusto» o «Riquezas Injustas»


La sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Sólo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia.

En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de Profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos.

Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce "dinero limpio". La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos.

¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. «Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».

Jesús viene a decir así a los ricos: "Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre". Dicho con otras palabras: la mejor forma de "blanquear" el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.

Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos sólo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.

Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.

Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.





sábado, 11 de septiembre de 2010

LO QUE SE PIERDE Y SE BUSCA



Bien pudiéramos titular hoy este Evangelio como: “El Evangelio de lo que se pierde y que Dios busca”.Se puede perder y extraviar una oveja que se aleja y sale del rebaño y luego corre el peligro de quedarse sola en el monte. Se puede perder una moneda, que aunque sea de poco valor, para una pobre viuda puede ser el pan y la comida del día. Y se puede también perder el hijo que, a pesar de todo lo bueno que ha recibido en casa prefiere la libertad descontrolada de una vida sin marcos referenciales más que el “pasarlo bien”.

Y a Dios le encanta eso de dedicarse a “buscar”.Le encanta contar las ovejas y de inmediato pon
erse en camino monte arriba hasta que da con ella. Le encanta tanto que, a pesar de su cansancio, se la echa a hombros para regresarla a casa. Le encanta buscar esa monedita que es la comida del día de los pobres y lo celebra porque ese día los pobres podrán comer.

Hay tristeza en el alma cuando algo se pierde. Y abunda la alegría del cor
azón cuando algo se encuentra. Es la historia de Dios con su Pueblo. Es la historia de Dios con cada uno de los hombres. “Yo he venido a buscar lo que estaba perdido”.Me encanta un Programa de Radioprogramas de los Domingos que lleva un título muy sugerente: “Busca personas”. Todo un equipo de la Radio que se dedica a ubicar a familiares, amigos, que llevan años perdidos y nadie sabe donde están. Personalmente tuve la experiencia del encuentro de una hija con su padre después de cuarenta y tres años. No se conocían. Lágrimas, palabras entrecortadas por la emoción, abrazos que nunca terminan.

Es un programa que me recuerda mucho nuestra historia perso
nal. Porque también nosotros nos alejamos, nos perdemos, nos extraviamos. Y hasta es posible que no sepamos cómo lograr el reencuentro. Sobre todo es nuestra historia con Dios. Todos llevamos dentro, mucho de “oveja perdida”, de “moneda extraviada”, o de “hijo que se fue de casa”.

Pero además, me recuerda la actitud de Dios que, día
a día se dedica a buscarnos a todos los que nos hemos perdido. A todos los que nos hemos extraviado en el camino y vivimos a la intemperie de la vida sin calor de comunidad y sin calor de hogar, sin calor de Iglesia.

Los geólogos buscan mineral
es en las entrañas de las montañas.Los zahoríes buscan manantiales de agua que corren por las entrañas de la tierra.Pero ¿cuántos nos dedicamos a buscar a nuestros hermanos que hace tiempo no hemos visto en la Iglesia, en la comunidad? Sabemos que, por esas razones misteriosas del corazón humano, se han ido, se han alejado o simplemente se han extraviado. Y es posible que nosotros sigamos haciendo la digestión igualito que siempre. A lo más nos contentamos con pensar que algún día volverán a casa. Que algún día se arrepentirán y emprenderán el camino del regreso.Pero mientras tanto: ¿Nos duele su ausencia? ¿Nos duele ver que su silla está vacía en la comunidad? ¿Nos duele no saber nada de ellos?

Hace unos años, un buen hombre sufría la obsesión del suicidio. Lo había intentado varias veces. Y otras tantas, alguien logró salvarlo porque puso en marcha toda una serie de mecanismos. Cada vez que llamaba a su casa y no respondía ya entraba en sospecha que se había ausentado para poner fin a su vida. La última vez pudo encontrarlo a cerca de mil kilómetros de distancia. Alguien estaba siempre atenta por saber por dónde andaba. Finalmente, tenemos que reconocerlo, lo perdimos de vista. ¿Qué ha sido de él? ¿Se habrá suicidado? Lo que más me duele es que casi ya nos íbamos haciendo a la idea de que lograría lo que buscaba y casi sentimos un alivio.Estoy seguro que aún entonces Dios lo habrá andado buscando. Lo que nosotros no logramos, ¿lo habrá logrado Dios? No lo sabemos. Han pasado ya los años.

Dios es de los que no se cansa de “buscar”. Dios es de los que no puede conciliar el sueño en tanto un hijo suyo esté fuera de casa y del calor de la familia. Cada uno somos testigos de esas búsquedas de Dios. Porque ¿cuántas veces nos hemos extraviado y nos ha vuelto a encontrar?

Lo que los fariseos no han entendido jamás es que Dios, en lugar de preocuparse por ser obedecido y respetado, está preocupado por la felicidad de los seres humanos. Por eso, los fariseos, si no cambian, nunca podrán conocer la alegría de Dios.



domingo, 5 de septiembre de 2010

SEGUIR A JESUS EN UN MUNDO QUE NO LO SIGUEN

Hay algo que resulta escandaloso e insoportable a quien se acerca a Jesús desde el clima de autonomía, autosuficiencia y afirmación personal del hombre de Hoy. Jesús es radical a la hora de pedir una adhesión a su persona. El hombre debe saber subordinarlo todo al seguimiento incondicional a Jesús.

No se trata de un «consejo evangélico» para un grupo de cristianos selectos o una élite de esforzados seguidores. Es la condición indispensable de todo discípulo. Las palabras de Jesús son claras y rotundas. «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».

El hombre siente desde lo más hondo de su ser el anhelo de la libertad. La vida se nos ofrece con frecuencia como una verdadera lucha de los individuos y las comunidades por lograr su libertad y su independencia.

Y sin embargo, hay una experiencia que se sigue imponiendo generación tras generación. El hombre parece condenado a ser «esclavo de ídolos». Incapaces de satisfacernos a nosotros mismos, nos pasamos la vida entera buscando algo que responda a nuestras aspiraciones y deseos más fundamentales.

Cada uno buscamos un «dios», algo que nos parece esencial para vivir, algo que inconscientemente convertimos en lo esencial de nuestra vida. Algo que nos domina y se adueña de nosotros profundamente.

Paradójicamente, este hombre que busca ser libre, independiente y autónomo, no parece que pueda vivir sin entregarse a algún «ídolo» que oriente y determine decisivamente su conducta y su vida entera.

Estos «ídolos» son muy diversos. Dinero, salud, éxito, poder, prestigio, sexo, tranquilidad, felicidad a toda costa.... Cada uno sabe el nombre de su «dios privado» al que damos culto y rendimos secretamente nuestro ser.

Por eso, cuando en un gesto de «ingenua libertad» hacemos algo «porque nos da la gana», debemos preguntarnos honradamente qué es lo que en aquel momento nos domina y a quién estamos obedeciendo en realidad.

La invitación de Jesús es provocativa. Sólo hay un camino para acercarnos a la libertad y sólo lo entienden los que se atreven a seguir a Jesús incondicionalmente: vivir en obediencia total a un Dios Padre, origen y centro de referencia de toda vida humana, y en servicio desinteresado a los hombres sentidos como hermanos.

domingo, 29 de agosto de 2010

¿PRIVILEGIADOS? SOLO LOS PEQUEÑOS?

El reino de Dios, esto es, aquel pedazo de humanidad que está organizado de la manera que Dios quiere, es simbolizado en los evangelios mediante la imagen de una fiesta, de un banquete. En ese banquete no hay puestos de privilegio, y si se pone un asiento más alto, ese puesto es siempre para el más pequeño.

LA HUMILDAD CRISTIANA


Para Jesús, la vida del nombre no es una competición, sino una maravillosa aventura, una tarea común: convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y ese proyecto resultaba incompatible con la mentalidad que reflejaba el comportamiento de los invitados a aquel banquete. No se puede tratar a un hermano como competidor; no se puede vivir como hermano de los que consideramos adversarios.

Por eso Jesús propone una actitud de verdadera humildad: renunciar al deseo de quedar por encima de todos, dejar de temer que
el otro me arrebate ese primer puesto que ya no pretendo y considerar que, en lo que de verdad importa, todos somos iguales y que no hay razón para que nadie busque sobresalir entre los demás.

Pero cuidado: la humild
ad cristiana no consiste en el des precio de nosotros mismos ni en aceptar las injustas humillaciones a que nos intenten someter otros. Humildad no equivale a sometimiento, de la misma manera que soberbia no equivale a libertad. La humildad cristiana, continuando con la imagen del banquete, quedaría representada en una mesa redonda, en la que no hay, y nadie pretende, lugares de privilegio, mesa alrededor de la cual se sientan los hermanos en un plano de igualdad, porque entre ellos no hay privilegios.

PERO PRIVILEGIADOS... SI QUE HAY


Cuando des una comida o una cena, no invites a tus a
migos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado. Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

Bueno, sí que hay privilegiados. Como en todas las buenas familias, también hay privilegiados entre los hijos del Padre del cielo, los pequeños: «los pobres, lisiados, cojos y ciegos».

En una familia en la que todos se sienten solidarios, los privilegios se conceden al más pequeño, al más débil, al que no puede valerse por sí mismo. Entre los seguidores de Jesús, el amor se derrama con más generosidad en aquellos que más faltos están de él. Y estos privilegios tienen un objetivo muy concreto: compensar las desigualdades para que sea posible la igualdad.

Estos deben ser los privilegios dentro de la comunidad cristiana: los que saben menos, los que tienen menos títulos, los que tienen menos experiencia, y hasta los que andan escasos de fuerzas para ser fieles a su compromiso.

Y a éstos se debe dirigir, de manera privilegiada, la atención de la Iglesia: a todos los que este mundo (esta sociedad tan mal organizada) ha dejado «pobres, lisiados, cojos y ciegos...», marginados, oprimidos, explotados, parados, mendigos. . Y sin paternalismos. Ofreciéndoles una silla, igual a la de todos, e invitarlos a que se sienten a la mesa con los hermanos. Y así, alcanzar juntos una felicidad que jamás acabará.

Y no olvidemos que «A todo el que se ensalce, lo humillaran, y al que se humille, lo ensalzaran».