sábado, 9 de abril de 2011

YO SOY LA VIDA Y LA RESURRECCIÓN... Dice el Señor.

La Cuaresma termina con una invitación a la vida. Primero fue el agua, luego la luz y ahora la vida. No cualquier vida, sino la vida de verdad, la vida que ha vencido a la muerte. La historia de Lázaro es toda una catequesis sobre la fe, la muerte y la vida.

La muerte será siempre una historia de dolor y lágrimas. Ante ella todos sentimos nuestra impotencia. Queremos que el enfermo sane y viva. La ciencia médica hoy puede alargar unos años nuestra vida, pero al fin la muerte termina venciendo al enfermo y, también, a la medicina.

Con frecuencia, nuestra impotencia ante la muerte, termina en una cierta desilusión sobre Dios. Fue la historia de Marta y María, las hermanas de Lázaro. Jesús era amigo de la familia, pero no vino a sanarlo. La consiguiente desilusión de las hermanas y una desilusión que es también una queja: “Si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano.” Le culpan de la muerte del hermano, algo que también a nosotros nos suele suceder. Nos sentimos gente buena, le hemos orado y pedido. Y la muerte como que se ríe de nosotros y de nuestras oraciones. Entonces vienen nuestras quejas contra Dios: “Dios no me ha escuchado.”

Jesús quiere abrirlas a la esperanza: “Lázaro resucitará.” Pero ellas piensan en la resurrección al final de los tiempos y es cuando Jesús se presenta a si mismo como la resurrección ya y ahora. “Yo soy la resurrección y la vida.” “Para resucitar no hay que esperar tanto. Yo mismo soy la resurrección y yo mismo soy la vida.” Pero ellas siguen pensando en el más allá.

Cuando Jesús se acerca al sepulcro, ellas mismas tratan de convencerle de que no hay nada que hacer. “Ya huele mal.” Es decir, está ya en estado de corrupción. Por tanto, está bien muerto. “¿No te he dicho que si crees...?”

Jesús no hace los milagros para que creamos, exige fe para que el milagro sea posible. Es entonces que Jesús quiere hacerles ver la “gloria de Dios”, es decir, la verdadera manifestación del poder de Dios. “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Dios manifiesta su poder venciendo a la muerte, no sanando al enfermo, que también lo pueden hacer los médicos. Dios hace lo que nosotros no podemos hacer, vencer la muerte.

La muerte puede ser el fracaso humano, pero la muerte es el triunfo de Dios. Si Dios manifestó su gloria resucitando a Jesús, ahora la manifiesta resucitándonos a nosotros. Los fracasos humanos terminan siendo los triunfos divinos. Ahí está el fracaso de Jesús en la Cruz, pero ahí está luego el triunfo de Dios en la Resurrección.