domingo, 25 de julio de 2010

LO IMPORTANTE QUE ES... LA ORACIÓN.


He preguntado a las estrellas desde el balcón del noviciado, por qué nunca salen de día. Y siempre que he hablado con ellas, miraban y me sonreían. Este era el comienzo de una canción infantil que nos puede servir para meternos de lleno en el tema que nos propone el evangelio de hoy: la oración.

Los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar. Para Lucas orar como Jesús es parte integrante y esencial del seguimiento. Por ello en primer lugar les enseña qué tienen que decir y después, por medio de una parábola y un conjunto de sentencias, les dice cómo y de qué manera tienen que hacer su oración. El punto de partida es considerar a Dios como Padre. “Padre” no es un nombre sino un apelativo que deben saber para entrar en oración. Por tanto la actitud del orante es la del hijo que se dirige al Padre.

Seguramente hasta aquí no se ha dicho nada que no se supiese ya y lejos de mi intención está aburrir con un fervorín sobre la importancia y necesidad de la oración pues lo considero obvio y sabido. Pero me interesa centrar la atención en la oración de petición y ver cuáles son nuestras motivaciones de fondo a la hora de ponernos en oración y cuáles nuestras expectativas. Si también le pedimos a las estrellas que salgan de día. Si la fe es confianza, la oración es compañía de Dios en medio del mar de nuestros problemas y necesidades. Pero tenemos que tener muy claro que Dios no es una chica para todo, una chacha o un criado holgazán que no nos ayuda ni nos sirve cuando le necesitamos. Se hace cada vez más urgente que nos convenzamos de que Dios no es omnipotente, que no podemos pedirle imposibles. Dios nos acompaña y se compadece solidariamente de nuestro dolor, al igual que lo hizo con su Hijo en la cruz. Dios no manda la lluvia, ni desencadena terremotos, ni provoca infartos, ni elimina tumores, ni aprueba exámenes, ni acaba con el hambre en el mundo; hay causas científicas, razones humanas, no divinas, que explican estos sucesos. No metamos a Dios en todos los charcos. Dejemos de confundir a Dios con Mc Giver o con Superman que acude en nuestra ayuda a golpe de lágrima, de rosario, o de colecciones de estampitas.

La oración no es negociar ni coaccionar a Dios a base de darle la palmada o de someternos a mortificaciones que rozan el absurdo cuando no el sadismo. A veces pensamos que Dios pasa la vida jugando al billar acostado en las nubes y ayuda a unos o a otros a ritmo de carambola, obrando a favor de unos cuantos privilegiados. Porque qué puede pensar uno si ese Dios me puede curar o ayudar y no lo hace. Por eso, ante cualquier mal, no debe decirse jamás que Dios lo “manda” o lo “permite”, sino que lo sufre y lo padece como frustración, imposible de evitar, ya que nosotros somos seres finitos, no dioses.

Creo que está suficientemente claro, pues, que la oración sirve para cambiarnos y transformarnos, para sentirnos en compañía de Dios, refugiados en su regazo. Dios quizá nunca responda a nuestras súplicas de la forma que esperamos, pero sí va estar a nuestro lado, dándonos la fuerza que necesitamos por medio de su Espíritu, el verdadero soplo de aire fresco en medio de nuestras fatigas, que encuentra quien lo busca, y que lo dan a quien lo pide.

No dejemos nuestra oración, sintamos su compañía. El mal, las desgracias, son inevitables pero no absolutas. Hemos de empeñarnos en reconvertir nuestra fe hasta llegar a convencernos de una vez por todas que Dios es el primer interesado en luchar contra el mal, y que está mucho más empeñado en nuestro bien que nosotros mismos. ¿Para qué sirve el segundo mandamiento? ¿A qué esperamos para ponerlo en práctica? Pero no le pidamos imposibles que sólo la ciencia pueda resolver. Lo siento, las estrellas nunca saldrán de día.

2 comentarios:

  1. Bueno, por fin!!! Ya he encontrado tu dirección para poderme hace tu seguidora.
    Tu exposición está bastante acertada , más...Cierto que Dios no es una lámprara de Aladino, por más que muchos se empeñen en que lo sea.Dios nos creo y nos dejo no sólo en libertad, también libres. Dios no manda las enfermedades o otras penalidades, ni tampoco las permite. Son fruto de nuestro pecado original, per niego tu afirmación por no ser teológica.Dios no sufre ni padece ninguna frustación a casusa de nuestros sufrimientos. Llamar a Dios frustrado es como decirle que es un fracasado Y EL AMOR NUCA ES UN FRACASADO.
    La oración es algo más profundo de lo que nos explicas ya con el tiempo se aprende si Dios te da la contemplación otra dimensión distinta a la intercesión y petición.
    Todo se andará Andrés, todo llega
    y yo Estoy a tu lado.
    con ternura
    sor.Cecilia Codina Masachs O.P

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  2. Has dado en el clavo en lo que andava pensando.Grácias por esta reflexión

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